Que soledad sin fin
se albergaba,
en mi añoso pecho,
cuando rocé,
sus húmedos labios,
con los míos secos.
Cual inmenso,
se tornó de pronto el universo,
cuando mi sangre muerta,
se vivificó de nuevo.
Cual intenso,
fue la efervescencia,
de mi esencia,
que tembló,
bajo mis pies
la tierra entera,
y rebulleron,
mis ríos sedientos.
Hoy mis caminos brillan,
con una luz intensa,
porque los alumbra,
el sol de su existencia.
Hoy he descubierto,
cuantos luceros,
hay en el universo,
y que las flores,
llenan de color,
mis gratos momentos,
y las aves,
trinan de alegría,
cada vez,
que mis labios enamorados,
te besan.
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