¡Tierra de mis plantas!...¿Oídme?
Dime sin urdimbre ni escalas al cielo:
¿Acaso es su pecho hueco...sin fondo?
Siento su metafísica que rebasa
todas las dimensiones moleculares de mi alma,
de esta alma que levita como el ciensayo
que un día quiso besar tu suelo florecido,
pero el avestruz se adelantó en tal debut amoroso.
¡Ay, de este sentimiento mío que se aferra
a un corazón de rocas!
¡Ay, no sé cómo, ni cuándo quedé colocada
en el círculo vicioso del huevo y el pollo!
¡Cómo fui yo la primera en enamorarme
de las yemas de su boca!
¿Por qué su lenguaje de madera fue tan húmedo capaz
de prender el chip del deseo!
¿Por qué si fueron dulces sus besos, finalmente
voló como el águila, dejándome hundida
en este cascarón vacío?
Ahora no soy más que una chiquilla llorona
escribiendo el cuento del huevo fallido que pía:
¡Porque aquí dentro del cascarón no paran mis zollipos!
Y mis ojos ya secos, sáltanles polvillos de estambre
que bordan crisantemos sobre un mapa verde:
un mapa por donde resbalo, reposo y resucito…
¡Oh, tierra dócil, tierra de mil amores!
dispón tú, ya mismo, sobre las piedrecillas
que a su corazón desnortar,
que caigan deshechas sobre el camino
y como un golondrino de primavera retorne a su nido.
Porque quiero sin visiones ni quimeras besar su perfil:
ojos de mar, voz diletante y besos dadivosos,
¡el cuadro más corpuscular del amor!
Ciensayo: ave fabulosa
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