Ningún ojo visualiza la verdad
ella se oculta atrás del sol.
Luminosidad eterna la protege.
Sólo atisba el peregrino inmaculado.
El que lo deja todo
el que justifica el dolor.
Al que lo agita el viento y se menea
alegre por ser el elegido.
Entonces asume el prodigio.
La Eternidad se hunde en su rostro
de nácar y jazmín.
Es que ha llegado
a ese lugar sagrado del saber.
Ese lugar que huele a rosas
a magnolias a fresias.
Ese lugar que eleva y compromete.
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