Vivo con fe y no desconozco el dolor del hombre de este siglo.
Tengo un canto para él muy elocuente
apto para este mundo sin tregua ni intersticios
en momentos exactos cuando el aire
no se desata en vientos
cuando nada aparece con sentido
y él no encuentra sendero hacia sus pasos
ni le bastan los cielos y la tierra,
para serenar su tribulación.
Es entonces cuando ofrezco la sal y la espuma
que consolará dará fuerza revivirá esos árboles
que ya no son verdes
ni pintan de ocre en el otoño
pues el cansancio agotó su fortaleza
y el silencio le comenta la tarde a los jardines.
Enigmáticos cantos entonces se celebran
y surgen por la noche milagrosos de amor
en la pertinaz luz que se aparece.
Hay que estar a la mira y oír el murmullo sereno de los ángeles
y un amanecer de luz surgirá en el horizonte
y el tiempo debutará la esperanza sellada
móvil que sublima el sufrimiento
cuando hay un camino cuando la alborada pinta colores nuevos
y con los ojos puestos en el horizonte
se ensaya un descanso en ÉL
para que nos provea el alimento ordene la senda nos transfiera.
Ciudad Autónoma de Buenos Aires
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