EL CRISTO DE LA MONTAÑA
Pasa hijo mío, vení...
sabes como te esperaba,
siempre han de estar abiertas
las puertas de mi morada.
Y ya hace tantos años
que con paciencia aguardaba
que decidieras un día
volver de nuevo esta casa.
Ya ves te estaba esperando,
tantos años es casi nada,
cuando es la voz de la vida
la que retumba en el alma.
Está la mesa tendida
hay pan y vino en las jarras,
saciarás la sed y el hambre,
después vendrán las palabras
de un tiempo de desencuentros
por cosas casi olvidadas.
para qué reabrir heridas,
todo es cuestión de curarlas.
Hoy, tu has vuelto,
quizás sin saber porque
pero estás, con eso basta
tanta cosas hemos dicho
que hasta sobran las palabras
y el amor tiene caminos
que por más vueltas que den
Siempre llegan a esta casa.
Así pareció decirme,
el Cristo que me miraba
como flotando en el aire
al fondo de la capilla,
esa que monjes trapenses
hicieran en la montaña.
Monasterio imponente
donde en votos de silencio
se hace un rezo la palabra
y hay un Cristo en cada hombre,
reflejado en su mirada.
Imponía tanto respeto
la austeridad de ese templo,
con un altar de ladrillos
y su loza de cemento,
en donde la luz del sol,
entrando por un vitró
con su prisma de colores
descomponía su espectro,
me sentí tan poca cosa
estábamos el Cristo y yo
y entre los dos, el silencio.
Intenté como disculpa
comenzar un padrenuestro
tantos años alejados
para encontrarnos de nuevo,
con tantos años perdidos
negando lo que es perfecto
si bastaba con mirar
naturaleza, universo,
el estopor todas partes
y su amor es tan inmenso
que hasta me perdonó,
quizás ha de ser por eso
que a veces cuando estoy solo,
tiene sonido el silencio.
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