Este pequeño felino ve con gran preocupación
ante una gran extensión, la suerte de su destino
no le queda otro camino
que reducir su estatura sobre la inmensa llanura
evitando los mordiscos, quedarse en el obelisco
como estatua en miniatura.

Y sin perder la cordura mira fijo a su agresor
sus ojos, su resplandor, sus dientes, su mordedura
y su blanca dentadura
que se acerca cada vez y siente la palidez
a través del pedestal porque la altura es fatal,
los mira con altivez.

Piensa una y otra vez que no tiene escapatoria
entre la angustia y la euforia le producen acidez
ver más cerca cada vez
los dientes romper sus huesos, de los hambrientos sabuesos
apuntando el obelisco, olfateando con su hocico
lo que podría ser su almuerzo.

© Cástor A. Olivier O.

El hijo del cisne.
Venezuela.

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