Verónica sabia que no debía usar vestido ni tacos, debía parecer un hombre. Llevaba puesta una sudadera con capucha y una gorra que cubría la rubia cabellera. También unos guantes de látex para no dejar huellas y un gran cuchillo para clavarlo hasta el fondo del pecho de esa perra.
Hacía ya varios meses había advertido las salidas de Eduardo, su marido. Llegaba  diferente, a veces sonriente y relajado, otras preocupado. En ocasiones, de noche, salía al patio a hacer cortas llamadas a escondidas.
Llegó frente a un edificio. Subió por la escalera de servicio, ingresó al pasillo y sacó la llave. Esa misma llave desconocida que tenía su marido en su llavero y que un día ella había sacado para copiarla sin que él se diera cuenta.
La llave abrió la puerta sin dificultad.
Era un apartamento bastante modesto. Casi sin adornos. Una cocina pequeña con una cafetera.
Seguro esta mujerzuela debe usarlo para encuentros con diferentes hombres, pensó mientras lo recorría.
Repasó lo que debía hacer, esconderse en un armario o el baño. Cuando ella llegara le clavaría el cuchillo una o dos veces si es necesario. Luego revisaría su bolso para sacar dinero y el reloj de su brazo. Debía parecer un robo. Dejaría la puerta abierta al salir.
Miró en el armario por si había alguna prenda de su marido, no había ninguna.
Fue al baño, sorprendiéndose de lo que encontró:
—Esta puta es adicta a la morfina. Quizás que enfermedades tiene. Ahora sí que no tengo remordimientos en acabarla.
Ya estaba oscureciendo, ella debía llegar en cualquier momento.
Escuchó pasos. Eran pasos fuertes y risas. Luego el ruido de la puerta que se abría.
—Me vas a golpear la cabeza en la pared —decía una mujer entre carcajadas.
—Me encanta entrar así contigo, como si fuésemos recién casados.
La voz era de Eduardo, su marido. Ya no podía salir de ahí.
—Debo recordarte que tú ya estás casado y en este país no puedes ser bígamo. Tendríamos que vivir en África Jajaja
Desde el armario, con la puerta entreabierta vio que su marido entró con una mujer en brazos y la dejó tendida en la cama.
—Adriana, no te escapes de ahí, vuelvo de inmediato.
Eduardo salió, la mujer quedó pensativa mientras jugaba con su collar.
—¿Dónde la coloco? —dijo él— en el salón o acá, al lado de tu cama.
Era una silla de ruedas.
—Aquí a mi lado. Eduardo no debiste hacer eso, comprarme este collar, o sea es bonito, pero no debes. No estás obligado a mí. Tienes esposa.
—No puedes obligarme a no obligarme. —dijo él— En todo caso salió muy barato. Lo compré en los chinos porque también necesitaba un sombrero de vaquero.
—Otra vez con tus locuras. ¿Cenarás acá?
—Hoy no. No puedo llegar sin hambre. ¿Te ayudo a sentarte en la silla?
—No, después lo hago yo sola. Ven, tiéndete a mi lado.
Ambos quedaron tendidos en la cama, abrazados.
—El techo está descascarado, nunca me había fijado —dijo él.
—Es que cuando estábamos en la cama nunca nos fijamos en el techo Jajajaja —dijo ella
—Si, nos olvidábamos del mundo.
—Ahora que lo pienso, hace casi dos meses que nosotros no...—dijo Adriana
—No te preocupes.—dijo él— Cuando te recuperes.
—Eduardo mírame. No nos engañemos. Ambos sabemos que esto avanza y acabará conmigo.
Él se incorporó de la cama y dio unos pasos por el dormitorio.
—Dejaré a Verónica para cuidar de ti.
—No lo hagas nunca!! Menos ahora. La vas a necesitar mucho. Ella te ama, sería capaz de matar por ti.
—Pero no quiero abandonarte —dijo él arrodillándose para tomarle las manos.
—No lo haces. Y yo también te amo. Mira ya debes irte, te echarán de menos. Y recuerda comprarle los chocolates que le gustan.
Juan la besó lentamente en la boca y se fue.
Adriana, con algo de esfuerzo, se estiró en la cama hasta alcanzar la radio, puso música y continuó jugando con su nuevo collar.
Verónica se bajó la capucha y retiró la máscara del rostro. Abrió la puerta del armario y salió.
Al verla Adriana trató de erguirse en la cama.
—¿Quién eres? ¿Cómo entraste aquí?. Hay dinero en el bolso y en el velador, pero por favor no te lleves mis medicinas. Pero, tú no pareces una ladrona.
—Soy Verónica, la esposa de Eduardo. Había venido a matarte. Estaba loca por hacerlo pero ya no. Escuché todo. No sabía que tú... es decir...
—Lo siento mucho, —dijo Adriana— me apena que esto sucediera, ni quisiera que ninguna mujer sufriera como tú.
Verónica se sentó en el borde de la cama.
—¿Cómo se conocieron?
—Hace un año, yo aún podía caminar, llovía y trataba de tomar un taxi, él me llevó, y luego conversamos. Siento de veras lo que ha pasado. Él te quiere mucho, no lo dejes por favor. Le diré que ya no quiero verlo más.
—No es necesario.—dijo Verónica soltando un suspiro— Quisiera lanzarme por la ventana, pero prefiero tomar un café. ¿Te parece que prepare un café para las dos?
Ya en su casa Juan se preocupó. Era tarde y su mujer no estaba.
—¿Y dónde habías ido? —dijo cuando la vio llegar.
—Pasé a casa de una amiga. Es encantadora. Me vine pronto, pero aún nos queda mucho de que conversar. Imagino que no estarás interesado en que te cuente todo lo que hablamos.
—Ummm, la verdad es que no. Pero mira, traje los chocolates que te gustan.

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Comentario de María Inmaculada García Gómez el enero 13, 2022 a las 6:48pm

La vida siempre hay que respetarla en todos sus ámbitos. No se debe arrebatar la vida de otra persona por celos, por dolido que se esté, además es de tener poca inteligencia. Pero también es verdad que no se debe dañar al que un día fue el ser amado. Una persona de fuertes convicciones hacia sí misma abandona a su pareja antes que tenga que aparecer una tercera en su vida. Buen relato amigo Armando, me gustó mucho, abrazos.

Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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