Mi debilucha mente, bien mío, cansada ya de tanto pensar, no encuentra las palabras precisas para escribirte el poema de hoy, que con tanta ansiedad esperas desde el alba para alimentar tu espíritu.
Ayúdame, bien mío, para que el hallazgo del verbo sea realidad antes de que Su Majestad el Sol nos ofrende su ramillete de luz, débil al principio, quemante después.
¿Describo, bien mío, la sensualidad fresa de tus labios?
¿Cubro el blanco papel donde escribo, bien mío, de palabras que admiren, por enésima vez, a la diminuta luciérnaga que no requiere para vencer las sombras de la noche, de luz ajena, pues tiene su propia energía lumínica?
¿Qué hago, bien mío, si la musa compañera de mi vida amaneció disgustada conmigo y se niega a desbloquear mi mente para que brote a borbotones tu ofrenda poética?
¡Que se haga, bien mío, la voluntad de la musa amotinada contra mi mente!
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