Avinagrado y no correspondido,
por su dulce gacela adorada,
la que el quería tiernamente,
el la soñaba.
Erraba bajo la luz de la luna,
caminaba enlazado con la pena,
y en las puestas del dorado sol,
el le lloraba.
Humedecían las lagrimas sus ojos,
por los confines del desierto andaba,
incierto lo conducían sus pasos,
el la esperaba.
Por un pueblo callado que dormía,
unas pesadas cadenas el traía,
en una densa y lenta bruma,
que largas noches.
Sin el alegre brillo en los ojos,
era un hermano de la soledad,
vapuleado por las fuertes olas,
como a las rocas.
Daría la vida y toda el alma,
por quien el espejo besaba,
Narcisa cada vez que pasaba,
Dios la bendiga.
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