Aún me quieres en la Tierra
Pensé que me moría, y que había llegado al infierno. Sí, aquel lugar es lo más parecido al infierno que alguien pueda imaginar. Tengo una bendita manía de cotejarme mi presión sanguínea todas las tardes, especialmente al volver del trabajo con un ligero dolor de cabeza. Es que me parezco a mi padre, y él murió de un derrame cerebral a sus 65 años de edad, y yo ya estoy pasadita de esos años.
160/90 (miércoles), 165/95 (jueves), 170/100 (viernes) , 180/105 (sábado ) y domingo se trepó a 200/108. Me doblé la dosis de medicamento y esperé, pero seguía igual. Eran las ocho de la noche cuando llegó Miguel de la finca, siempre llega tardecito de atender sus flores y sus animales. Fue entonces que le pedí que me llevara al infierno, perdón, a emergencias médicas.
Mi hermana Alice, que es la jefa de la familia, quiso acompañarnos para desenfundar la espada del mando, y logró que me atendieran en medio del torrente de gritos y llantos de más de 30 enfermos de gravedad que esperaban por ser atendidos.
Me pasaron a otro salón donde el cuadro era más patético aún. Una mujer joven lloraba amargamente, estaba con síntomas fuertes de aborto de su embarazo de seis meses, el marido lloraba con ella, la acariciaba, me conmovió el alma, un anciano cadavérico parecía despedirse del mundo, solito, sin nadie que le acompañara en sus últimos momentos, un adicto a drogas sangraba a chorros de una mano por la mordida de un perro, maldecía y decía que mataría al animal al salir de allí con su tétano y su rabia a cuesta, cinco personas vomitaban y contenían sus diarreas, virus a la vista.
Una enfermera con cara de molestia y cansancio me agarró por el brazo derecho y me enterró una fístula, me dijo que dejara el brazo quieto, me sacó dos tubos de sangre, y me inyectó una dosis de no sé qué para bajarme la presión. ¨vuelvo en 45 minutos, mantenga la calma¨ me dijo. Alice y Miguel me miraban con ojos bien grandes, disimulando su miedo por mi alma, a punto de volar en pedazos por la alta presión sanguínea.
Al rato llegó el médico para decirnos, ¨Señora, tiene usted un desgaste coronario, no se puede ir hasta que la vea un cardiólogo¨ A mí se me enfrió el corazón, digo, sentí el frio de la muerte soplando sobre mi cabeza, Alice empalideció, y Miguel aguantó su respiración. No pensé nunca que me quisieran tanto, lo leí en sus ojos.
El cardiólogo tardó tres horas en llegar, mientras tanto tuve tiempo de ver el infierno que me rodeaba, las caras de dolor, el miedo de la muerte. Sentí el sufrimiento de las madres con sus hijos enfermos, la soledad de la vejez desamparada, la esperanza frustrada de una pareja en espera de su primer hijo malográndose.
Tanto dolor y yo allí, en medio del sufrimiento ajeno, porque les digo de todo corazón, analicé mi vida y me sentí agradecida de todo lo que he recibido, de todos los regalos a lo largo de mi existencia, del amor de mis padres, mi hermana y mi marido, del mundo utópico que por más de 50 años he compartido en la Universidad con mis jóvenes inteligentes y saludables. Oh Dios, supe que podía morirme satisfecha, creo que de aquel infierno me iría al cielo.
Pues luego de 18 horas de esperas y quebrantos, mi primo Antonio Olivencia, llegó para darme la buena noticia que podía regresar a mi casa, que la presión estaba bajo control y el corazón estaba respondiendo perfectamente al tratamiento. ¨Te veo en cinco días, pórtate bien¨.
Ahora les digo, amigas y amigos, burlé a la muerte, pero me traje en mi corazón el dolor ajeno. Gracias Padre amado, aún me quieres en la Tierra.
Carmen Amaralis Vega Olivencia
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