Arribé a tus anhelantes brazos
con la vida cansada
y el alma colgada
en tus remotas remembranzas.
Del silencio de mis cansados años
retoñó la flor del amor
y cual sol de verano en el antártico
derretiste el iceberg de mi magna aflicción.
Resucitó tu mirada oscura
en la tarde sin sombras,
para anidar de nuevo
en mí apasionado corazón
y en un festín de cálidos besos
la noche serena observo callada,
cuanto te quiere
mi vehemente corazón.
Fue el tiempo perfecto de Dios
el que me permitió
soñar despierto,
entre tus brazos de diva divina
y sentir la gloria del universo
posarse sobre mis tibios labios,
cuando me ofrendaste
el ansiado
y largamente esperado,
primer manso beso de amor.
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