AQUELLA TARDE EN KANASAWA
Me preguntaba una amiga curiosa cómo fue la acogida de mis compañeros científicos japoneses en el Instituto de Química Física de Tokio, RIKAGAKU KENKIUSHO: ¡Espantosa! En realidad esperaban a un hombre científico, y les llegué yo, una mujer caribeña muy alta, rubia y caderuda, con veinte años de experiencias de investigación científica en USA.
Mi currículo era para ese entonces muy fuerte en publicaciones internacionales, así que cuando solicité la sabática y envié los documentos al Gobierno de Japón, como mi nombre, Carmen Amaralis Vega Olivencia, no les daba ninguna señal de que fuera el nombre de una mujer, me otorgaron la distinción inmediatamente, y allí fui a parar con mi maleta Samsonite muy pesada de emociones, y mi corazón lleno de una extraña sensación de gloria, con la satisfacción de un gran sueño logrado, muerta de miedo.
Creo que para el distinguido director del Instituto, Dr. Raita Tamamushi, mi llegada debe haber sido una seria pesadilla. No lograba resolver qué hacer conmigo. El laboratorio asignado para mi labor allí estaba localizado en el cuarto piso del inmenso edificio, y no existía un baño o cuarto sanitario asignado para mujeres, ya que el Prestigioso Instituto solamente albergaba sobre 700 científicos todos hombres.
Dio instrucciones a Nekosam, el más anciano de los científicos a custodiar mis necesidades fisiológicas. Con mucha renuencia aceptó escoltarme diariamente hasta los servicios sanitarios. Nekosam entraba primero, y se asegurara de que no hubiera ningún hombre usando los urinales. Así yo podía entrar, mientras él me esperaba en la puerta, fuerte dragón protector de mujer en necesidades urgentes.
Todos los días a media mañana, al medio día y a media tarde, Nekosam se acercaba a mi escritorio, lanzándome una extraña y sublime mirada. En su afectado inglés me preguntaba: - Dr. Vega, do you need to use de bathroom? (Dra. Vega, necesita usar los sanitarios? – Por lo general, yo daba un brinco de conejo y lo seguía muy obediente con mi urgencia a cuestas.
Diariamente en las mañanas al legar al laboratorio mis compañeros se alineaban para darme los vahos de bienvenida. Siempre me he preguntado cómo se sentirían de tener que compartir de igual a igual con una mujer de cabello amarillo y mucho más alta que casi todos ellos, analizando las formas de lograr mayor cantidad de electricidad de unas bio-celdas de combustibles, que les estaba diseñando sin ningún temor de tocar cables y quedar hecha un lechón calcinado, gran pedazo de carbón.
En una ocasión uno de mis compañeros investigadores realizó su soñado viaje a California y al regresar, loco de contento, convocó al grupo del laboratorio para compartir las fotos que tomó en el viaje. Allí fui a parar para vivir el momento más embarazoso de mi vida: mostró, en medio de las carcajadas y frases en japonés que no me es permitido traducir aquí, a mujeres desnudas tomando el sol con sus piernas abiertas, tetas gigantescas enfocadas al máximo, fondillos como los míos, bastante grandes, en fin un despliegue de erotismo fotográfico que descompuso mi existencia femenina, y me impidió mirarles nuevamente a las caras por largos días.
Todos olvidaron que yo era mujer, o tal vez para su cultura eso no importaba, o no estaban acostumbrados a la presencia femenina en sus reuniones. Con mucho disimulo me levanté y sin que notaran mi ausencia, dejé el salón de descanso para irme a llorar junto a Taako, la telefonista, que no entendía muy bien la jeringonza que le decía en inglés, ni en japonés, y mucho menos en mi español atragantado con la descomunal vergüenza que invadió mi femenino espíritu.
Nekosam era un anciano muy tierno, había sido prisionero de guerra en un campo de concentración ruso, y en adición, podía hablar un poco de inglés. En una ocasión me invitó a su casa, cosa no acostumbrada en esa cultura japonesa, pero le había hablado de mí a su esposa para que me confeccionara de regalo un Kimono. Una vez en su casa en Kanasawa, en las afueras de Tokio, entendí por qué Nekosam en varias ocasiones se me acercaba, y me medía con sus manos el ancho de mi espalda, que doblaba la de él, (llegué a pensar que era un viejo verde), o con una cinta métrica me midió la cintura rodeándome con sus escuálidos brazos mientras yo trataba de hacer una conexión eléctrica en la bio-celda, arriesgando a que los dos muriéramos calcinados.
Para mi desconcierto mayor, al llegar a su casa, toda la familia me esperaba ansiosa, luego de muchos vahos, la abuelita comenzó a desnudarme en medio de la sala, mientras la esposa sostenía en sus manos el hermoso kimono, que por señas entendí ella misma había fabricado con las medidas de mi cuerpo que Nekosam le proporcionó. Y yo, allí, en medio de aquel espacio en sostén y pantis, casi en shock, permití que me vistieran como una muñeca japonesa rubia con el hermoso Kimono producto del cariño de una preciosa familia.
Ahora que los recuerdos florecen en mi atolondrada mente es que vengo a entender las miradas de admiración y respeto que me brindaron todos aquellos entrañables amigos esa tarde. Creo que nunca olvidarán haber compartido con una Barbie rubia en Kimono. Y yo con la cara sonriente y descompuesta por la confusión. La vida me regaló un trozo de amor aquella tarde en Kanasawa.
Carmen Amaralis Vega Olivencia
Comentario
Mi estimada amiga Iris, muchas gracias por tus motivadoras palabras, bendiciones luminosas, Amaralis
Daniel, querido y distinguido compañero de letras, tu lectura y apreciación son un grato honor, bendiciones luminosas, Amaralis
"Aquella tarde en Kanasawa" es una memoria literaria muy bien estructurada. El ambiente de suspenso va creciendo. Se confrontan culturas y se obtiene conocimiento. El cierre muestra el humanismo como fuente vital.
Muchas gracias, Carmen Amaralis.
Carmen
Gracias por compartir tus numerosos relatos muy coloridos ,muy ameno e interesante
Excelente
mary
Beto, amigo mío, gracias por volver a leer este relato, tengo muchos de ese año de mi vida en Japón, recuerdos para nunca olvidar, bendiciones, Amaralis
No obstante ya había leído sobre tu viaje a Japón, en otro Rincón Literario, lo releí y volví a disfrutarlo.
Van abrazotes Carmencita
Delia, querida amiga, muchas gracias por tan sentidas palabras y por tu valioso DESTACADO. Escribir de mis recuerdos es algo que me complace, para dejar constancia de esperiencias de vida, bendiciones, Amaralis
Muy interesantes tus relatos, Amaralis, y este no es la excepción.
Bello y con sus "chispas" de humor, me encanta leerte. Indudable que en el ambiente científico (más en tiempos ya pasados cuando las mujeres éramos minoría absoluta) se viven estas situaciones, motivo de rubor femenino, y que después de pasado un tiempo se constituyen en anécdotas de situaciones cómicas.
Esperemos nos traigas otras historias de viajes y experiencias.
¡Felicitaciones y gracias!
María Victoria, cierto, querida amiga, había personal de limpieza, hasta donde recuerdo en mi cuarto piso todos hombres, creo que en el lobby del edificio había alguno para mujeres, pienso, la telefonista tenía su cabina en ese primer piso.
Estoy escribiendo mis memorias, tendrá momentos gloriosos y otros no tanto, jocosos y otros muy tristes, de eso trata la vida. Bendiciones amiga, la vida ha sido grandemente generosa conmigo, y vivo agradecida de mi Dios, Amaralis
Agregado por Nilo 0 Comentarios 1 Me gusta
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