¡Ay, tú!
Que tienes tus muertos
enterrados bajo el verde césped.
¡Ay, tú!
Que puedes decir, rodeado de flores,
aquí yace mi bienamado.
¡Nada conoces de la desolación
que anida en pechos como estos!
¡Qué triste vacío detrás de esos mármoles
que no cubren cenizas!
¡Qué desesperación encierran
esas inscripciones inamovibles!
¡Cuánto hueco espantoso y cuánto
descreimiento espontáneo en esas líneas
que parecen querer arrancar
toda la fe y niegan la resurrección
a los seres que perecieron
en medio del mar y no tienen tumba!
¿En qué censo de criaturas vivas se incluye
a los muertos de la humanidad?
¿Por qué dice un proverbio
que los muertos nada cuestan
aunque conocen más secretos
que granos tienen las arenas?
¿Por qué anteponemos una palabra
tan significativa como lo es "infiel"
al hombre que ayer no más
partió para el otro mundo
y no lo hacemos con el nombre
de quien se embarcó para las islas
más remotas de este mundo?
¿Con qué parálisis eterna, inconmovible
con qué catalepsia sin esperanza
yace ahora el antiguo Adán
que murió hace más de sesenta siglos?
¿Por qué no nos queremos consolar
con la pérdida de quienes,
según lo aseguramos,
viven en una bienaventuranza indecible?
¿Por qué nos esforzamos por hacer callar
a los muertos, hasta el punto de que el rumor
de un golpe dado a una tumba
puede aterrorizar a toda una ciudad?
Nada de esto deja de tener su significado.
La Fé , como un chacal,
se alimenta entre las tumbas y, hasta
de estos dilemas mortales,
saca su esperanza más fundamental.
No tengo necesidad de expresar
el sentimiento con el que contemplo,
en las vísperas de mi postrer viaje,
esas lápidas de mármol
y con el que leo, a la luz escasa
de esta día tan desolado y obscuro
el destino de otros que me han precedido.
Pero logré, de algún modo, recobrar la alegría.
Pensé en los deliciosos alicientes
y en las oportunidades incomparables
que me conferiría alcanzar mi grado inmortal.
Sí, la muerte acecha en formas caóticas,
rápidas, indescriptibles de enviarnos
a la eternidad, pero ¿y qué?
Creo que lo que llamo mi sombra
es, en realidad, mi verdadera sustancia.
Creo que al contemplar las cosas espirituales,
nos parecemos mucho a las ostras
que creen que el agua es la atmósfera.
Creo que mi cuerpo no es más
que el vehículo a una vida mejor.
Así que,
por lo tanto,
¡Llévese mi cuerpo quienquiera!
¡Lléveselo, repito, no es mi yo!
¡Tres hurras! ¡Y que tierra, mar o aire
se lleven mi cuerpo cuando quieran!
Porque a mi alma
¡Ni el propio Júpiter podrá destrozarla!
Comentario
Muy buen trabajo
mary
¡Así es, la carne muere, no la energía, no la esencia! Y en dónde está la esencia del ser?
No en un mármol, no en un epitafio, no en las arenas, ¿en dónde estará?
¡Lo importante es que está!
Así que,
por lo tanto,
¡Llévese mi cuerpo quienquiera!
¡Lléveselo, repito, no es mi yo!
¡Tres hurras! ¡Y que tierra, mar o aire
se lleven mi cuerpo cuando quieran!
Porque a mi alma
¡Ni el propio Júpiter podrá destrozarla!
Finalmente la carne se pudre... a qué pretender conservarla?
Aplausos amigo por ese grandioso final!
Graciasss
Agregado por Nilo 0 Comentarios 1 Me gusta
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