Presentación del libro El cantar de los oficios en San José, 2015, sobre la base de una charla ofrecida en la U. de Puebla, México, un año antes, cuando este poemario se denominaba EL JUGLAR DE LOS OFICIOS. Ronald Bonilla.

EL NIÑO QUE ENCONTRÓ LA BOLA

El poeta es un niño, alguien que no perdió la infancia, o quizá la recuperó, es el infante que encontró la bola olvidada y la llevó a la plaza para que todos jugaran de nuevo con esa pelota llena de barros, estrías, soledades y caminos.

Carlos Villalobos nació en San Ramón, ciudad de los poetas según le han llamado, porque allí a principios del siglo veinte florecían los poetas como las bugambilias y las begonias del camino, Lisímaco Chavarría, Carlomagno Araya, Rafael Estrada y muchos otros.

Luego, pasado el modernismo quedó esa impronta y de nuevo a finales del siglo veinte, volvían a nacer poetas debajo de cada piedra, a veces hasta de los guijarros que los niños pateaban por la calle. Y Carlos nació en Los Ángeles de San Ramón, subiendo la montaña con la niebla, y era un ángel que se venía rodando lleno de niebla con sus pantalones cortos de escolar gozoso y celebraba el crecimiento del cafeto y probaba su fruto aún sin tostar, en su carrera. Por eso uno de sus primeros poemarios Ceremonias de la lluvia traía el paisaje y la ceremonia revelativa del olor al cafeto y la yerbabuena. Luego lo vimos inventando dioses de pordioseros iluminados, hurtando risotadas a la prosa, celebrando el oficio de los sacrificios y solicitando el diezmo en la boca de su pintoresco personaje. Todavía era un niño aunque sacrilegeaba con su ironía a los sacrificados pregoneros de un dios desdentado en los suburbios de las ciudades. Y después reiventó cuentos tribales donde hasta Cristóbal se desdecía de descubrir mundos que ya estaban descubiertos; es que era niño y quería contar sus propias versiones. Así dio su mirada irónica y paradojal sobre muchos aspectos de una actualidad disfrazada. Después se puso a ver insectos con una lupa que alguien le regaló en un cumpleaños y en su insectidumbre retrató al hombre y la mujer en la mantis religiosa o en la hormiga, en el abispón o en el coleóptero. Imaginó toros embistiendo en los escarabajos y niñas de trajes de organdí en las vaquitas ciegas. Es que aún Carlos va llevando el salveque de la escuela y ahora juega, ya grande, a ver el milagro de todas las personas sacudiendo las persianas, barriendo, cocinando, cuidando coches, vendiendo lotería. Sí, se hizo el cantor de los sepultereros, de los rezadores, de los carniceros, de las azafatas, de las modelos, de las costureras…él parece nacer de todas esas manos…eso es, como un niño que juega, juega a ser el hijo de todas esas manos, y fabrica monedas y canta con igual amor a la puta y a la vendedora de flores, al linotipista y al lechero. Rescata tradiciones, personas que soñó en su infancia y que aún quedan, coperos del alma, campesinos, lavanderas en sus venas otilinas, (al decir de Vallejo). El entendió esa fusión del niño asombrado por la palabra culta y la procaz, la diatriba y la burla, el coloquio y el arcaísmo, y de todas hizo canto, canto, celebración, ¡celebración!

Los menesteres, los oficios, son ahora su canto. Las métricas mezcladas su juglar, las reiteraciones y juegos lúdicos el llamado a la emotividad, la metáfora la forma de develar una verdad que está por encima de todas las trifulcas, las pequeñeces, que se eleva para decir que algo más allá de las formas, nos guardaba el mundo cuando se convertía en las personas pequeñas que forjaban mejor y más nuestro el mundo. Sí, ha aparecido ese hacedor de poemas, de metáforas, el mismo niño de pantalón corto que salió corriendo con las nubes a encontrarse con la escuela y sus colores. Y no aprendió, él traía el canto del asombro de las cosas. No quiso preocuparnos, nos enseñó a querer las cosas simples.

Y salimos a la plaza a jugar bola con él. Y la bola saltaba, loca, más de la cuenta…más…

EL CANTAR DE LOS OFICIOS

En la península Ibérica dieron en llamar el Mester de juglaría a la poesía popular que se entregaba en las calles de parte de trovadores, versificadores populares, que recogían la tradición popular, romances y canciones épico-líricas y reunían a la gente que celebraba la ocurrencia, la gracia, la capacidad histriónica y los recursos literarios acunados por la tradición y el talento. Era la poesía entonces un patrimonio cultural que se heredaba de la oralidad y seguía su camino, sus vestigios quedaron encriptados en letras y moldes de los primeros linotipistas de la historia. A su vez, los poetas más cultos también se retroalimentaban de esos recursos callejeros, no existía el plagio, la poesía era de todos como las mismas plazoletas en que se compartía. Mester era el oficio de cantar, del saltimbanqui, del improvisador, del titiritero del alma de los pueblos. Mester era el menester del espectáculo de entonces.

Por una especie de azar, empecé a conocer estos poemas de Villalobos en su propia oralidad, en su ejercicio de compartirlos, uno por acá en un recital en un sindicato, otro por allá en la Universidad, otro en un recital en la estación del tren donde nos reuníamos y compartíamos nuestra poesía. Así que me percaté de lo que estaba haciendo este bardo ramonense, este hijo de campesinos, este trashumante mercader de metáforas, metonimias y paranomasias. Y empecé disfrutando estos versos como  disfrutaba la plebe en las calles los decires de aquellos trovadores de entonces. El rescate de la cultura, del patrimonio, es una obligación de los creadores - pensé al percibir este ejemplo. Y hoy tengo la oportunidad, de compartir estas reflexiones, estos hallazgos o valoraciones estéticas, en torno a una de las obras más lúdicas de la poesía costarricense.

Sabemos que hoy en día se da una expresión contemporanizada de la actividad de los juglares,  a través de la canción, de la poesía intimista y el rescate de la oralidad.  El canto como poema nos remite al hecho del respeto a la tradición versal de la lengua hispana o castellana, a la musicalidad basada en el respeto a métricas tradicionales, que aquí se combinarán en forma creativa; estamos ante el verdadero verso libre, no ante la prosía, propia de ciertas búsquedas que suelen abandonar una de las banderas primordiales del género lírico: el ritmo, la musicalidad.

 

Juegue el año

Juegue el número de placa.

Juegue el diez de Maradona.

Juegue el tango de la luna

y el Tarot que dijo la gitana.

 

Ella vende la docena del demonio.

Ella vende el jorobado…

 

En estos versos del poema Canción para soñar despierto, dedicado a la vendedora de lortería, destacamos la musicalidad compuesta en versos pares, durante varios pasajes, ojo, no en todos, pues el movimiento rítmico va de uno a otro costado de la música. Digno de destacar en todo caso, en esta muestra, el rescate de “dichos” populares en torno a los números, estos elementos del lenguaje popular y la tradición oral de nuestro entorno, van marcando el paso del poetaa la búsqueda metafórica, y a un lirismo impregnado del amor con que se acoge a los personajes.

Percibo aquí en estos poemas, en estas versificaciones que van de lo popular a la propuesta vanguardista y a su vez revelativa, cómo hay diversas formas de alcanzar el afán de la trascendencia:

 

Ella vende aniversarios

de azabache y de amapola.

 

Ya en el segundo poema Las costuras del sueño las imágenes desbordan el ámbito de lo popular fácil para dar rienda suelta a la imaginación:

 

La tijera es un baile de muchacha sobre el hielo.

La tijera es un reptil hambriento que corre por el llano.

 

Luego corta. Luego une. Luego pega.

 

Su Singer de pedal anda por la tela

con los labios apretados.

Y el estribillo que vemos al centro se erige como un canto popular. Advertimos que también la marca de la máquina de coser se une a los sentimientos populares en una adhesión total a lo preexistente, a una época en extinción. Los lectores nos conmovemos por esa visión.

Ella sabe remendar el alma

cuando se hiere con las púas de la tarde.

Y así la imagen trasciende lo consuetudinario en este ejemplo y en muchos otros.

Ahora vemos en el poema a las tejedoras, denominado Dios, la tejedora, donde el poeta también utilizará intertextos culteranos, así como religiosos. En este caso, se construye una versión del Génesis. Las remisiones bíblicas están a la orden. El uso de un latinismo nos acerca al otro mester, al de clerecía, que tiene que ver con el mundo monástico.

Ergo,

al principio era el caos de las hebras y la lana.

 

Ergo,

al principio era la oscuridad del nudo sin pies y sin cabeza.

Y he aquí que vino Dios, la Diosa, y tejió con su mirada el Orden:

Ató el polvo al agua, el viento a las esporas,

el colibrí a la luna y el pez a las estrellas.

Y el poema acude a la imagen liberadora en este final de estrofa, donde la acción del tejer, amarra los hilos de la creación, todos. Y la idea siguiente, de las premisas, incluye una novedad de incorporación de elementos cultos propios de la filosofía y otras fuentes más cercanas a la ciencia que al arte:

 

Dicho esto, es fácil atinar la premisa de este hallazgo:

Un tapete es el Universo.

Un pañuelo de seda es el Universo.

Una alfombra de persas seducciones es el Universo.

Un huipil de ceremonias es el Universo.

Pero el alerta ante el lenguaje de la minoría debía contraponerse al elemento popular del “huipil”, que también nos remonta al uso de nuestros pueblos vernáculos.

Para rematar esta anáfora, liberando la imagen con:

Un enorme telar de puntas sin final es el infinito.

Donde la cosmovisión se torna de nuevo al ámbito de lo sacro y trascendente. Y el poema continúa su construcción dando lugar a  la paráfrasis bíblica.

Ella sabe es el poema a las cocineras. En estos versos se nos remite al tema fundacional de la cocina como un conocimiento ancestral, sobre todo de las mujeres, como parte de su esencialidad mágica y de su sabiduría. Estamos ante un valioso arquetipo de lo femenino, y veamos como la expresión verbal del arte de  domar se aplica a los vegetales, lo cual tiende a un traslape quizá metonímico, casi sinestésico.

 

Fecundó la llama en el vientre de la piedra

y domó al punto las raíces

y los tallos y los frutos comestibles.

 

Es ella la bruja madre de todo cocimiento

Es ella la hembra tierra que nutre el cuerpo

y cura el alma.

 

Pero es también esta mujer dueña del placer y víctima del dolor, consustancial en esta visión al mundo de lo femenino:

Ella sabe el rincón secreto de la sal callada,

sabe el beso de mostaza

que besa el pan sobre la boca.

 

Ella sabe a qué sabe la hiel

cuando cae alguna lágrima en la olla.

 

De nuevo las aliteraciones, tanto fonéticas como semánticas son expresiones fundamentales en los poemas, no solo como instancias rítmicas, sonoras, sino también como expresiones de la emotividad del poeta en torno a lo que canta. Porque hay un regusto por el lirismo afectivo que despierta en la voz poética, casi siempre implícito, los sujetos que canta, incluso en casos como los trasvestis y las prostitutas, como veremos luego:

Ella sabe a qué sabe el alborozo

cuando hierve curandero

un caldo en la cocina

Aunque hay una preocupación estilística por ofrecer poemas muy diversos, con técnicas narrativas y comunicantes disímiles, también hay el regreso a ciertas fórmulas que le van dando unidad al texto. Así que ante un nuevo vendedor, regresará la reiteración: Ella vende, como en el poema de La vendedora de llaveros, dedicado a los vendedores ambulantes, donde se retorna al estribillo de un poema anterior, y así en varias oportunidades.

Digno de mención es el poema a un extraño oficio que el poeta fue a encontrar en uno de sus viajes que hace para ir a poetizar (compartir su poesía) al vecino país de Nicaragua, dedicado al Espantador de moscas de Masaya. Poema que denominó Por si las moscas.

Luego de los elementos descriptivos que se asumen con una mirada asombrada y a su vez humanista, deviene el poema en un romance, a la manera de la tradición popular, narrado en terceras personas como corresponde al caso:

 

Pero el espantador de moscas

pocas veces descuida su puesto de guardián,

excepto, claro, cuando pasa la vendedora de tortillas.

Entonces toda la carnicería, toda, es un jardín.

toda la carnicería, toda, es una canción de amor. 

Y es este el único momento en el que

todas las moscas, todas, se zambullen en la carne.

Y todas las moscas, todas, lamen a su antojo todo.

 

Sin duda un juego verosímil que humaniza más este cuadro de costumbres:

 El espantador es ahora un molino de alegría

y no hay nada en el Universo

que pueda en ese instante ganarle la batalla.


Es muy usual que el poeta también rinda homenaje a otros escritores por medio de los epígrafes, la mayoría de las veces nacionales, como el caso del narrador de principios del siglo XX Genaro Cardona en el poema a las lavanderas, bellamente titulado: Manos lavando el río.

Son en todo caso estas referencias, además de homenajes, textos enmarcadores temáticamente.

Como todos los poemas, el juego se establece mediante las acciones, son fundamentalmente poemas verbales en el sentido estricto de dar prioridad a la acción, pues con ellas se construyen los menesteres u oficios. Y aunque muchas veces se brinda en lo festivo, los finales casi siempre arrastran el dejo de dolor ante las miserias humanas:

 

Un jabón de azul mirada

besa espuma los íntimos calzones.

 

Lleva ropa de paciencia en la canasta.

Lleva ropa de amargura en la garganta.

 

Preguntan o no preguntan los choferes que detienen sus autos ante los trasvestis apostados en las nocturnas calles. Las acciones son los marcadores de una mirada que nunca reprueba nada, que indaga en el dolor, como puede también indagar en su contraparte, el placer:

La noche gime.

La noche muerde el tallo de las flores más nocturnas.

                                           Frenan y ya no preguntan

                                           No preguntan.

 

La rueda bruja de la espera gira.

                                   No preguntan

 

¿Quién vendrá con su cara secreta a besar la herida?

                                   No preguntan.

 

¿Quién comprará esta noche el labio,

el labio tigre, el labio vestido de hembra?

                                  

                                   Alguien frena:

la puerta del carro es un abrazo.

(poema: la vendedora de orgasmos, pág. 30)

 

El canto del poeta en todas estas instancias es inclusivo y se llena de ternura ante todos los oficios que olisquea, de noche y de día, como un sabueso cariñoso que a todos intenta reivindicar, sin discursos, sin explicaciones, solo con la mostración genuina de la verdadera poesía.

Igualmente sucede con Mujeres de amor a mares, a las que hermosamente llaman mujeres de la vida, que abre con el epígrafe de los versos más famosos de Sor Juana Inés de la Cruz, para luego acunar las expresiones populares en torno a este viejo oficio, no el más viejo, ni el más respetado, pero que aquí se rescata, con el estilo primero de la oración cristiana propia de la adoración a la Virgen y de las letanías:

 

Cualquiera una de cualquiera uno,

                        novia de Dios ahora y en la hora.

 

Gata gamberra de mil amores,

                        serenata de labio en labio.

 

Lo religioso, lo clásico, la cultura que posee el poeta pero también su rescate de lo popular, se combinan en esta oración litúrgica que tiende a la redención:

 

Serpiente concubina de la calle,

                        beso redentor de los suicidas.

 

Pecho de sirena, pecho de amar,

                        hija de nadie, madre de soltera valentía.

Los decires, a veces diatríbicos contra las prostitutas, aquí cobran vida para dar un homenaje a esas mujeres que se juegan la vida por darla a otros, y por su manutención y la de los suyos.

Y este es otro apunte que lanzamos en la brevedad de esta aproximación al texto. Lo paradojal siempre se encuentra en el borde de lo popular y el lirismo decantado por el amor a sus personajes, no son los oficios lo que se canta, son las personas.

Así el poema Petición a los zapateros regresa a otra tradición oral, ya explotada antes, la oración, en este caso la parodia del Padre Nuestro:

 

Danos hoy nuestro paso de cada día,

mira nuestra talla y nuestra suela

como también nosotros miramos

a quienes nos pisan al andar.

 

 

Y en el poema a los pulperos: Y siempre buenos días, se contrapone ese pasado advertido en los productos del otrora, con esa idea que en la nostalgia nos hace percibir que todo tiempo pasado fue mejor; pero sí, lo de hoy, lo de antes, lo de siempre, ese cambio no lastima la esencia que es la misma. Así un poema de tonos populares se perfila y concluye:

 

 

El pulpero pellizca con calma las monedas

y cuenta el vuelto sin apuro de filas en la caja.

 

Un paquete de azúcar: antes la tamuga

y siempre buenas noches

y siempre la sonrisa.

 

La pulpería en Costa Rica, expendio de abarrotes de nuestros barrios, aún subsiste aunque en condiciones difíciles ante el advenimiento de los grandes supermercados.

 

Y luego, como define al peluquero: El soñador de los labios de Dalila.

El peluquero es un labrador de caminos

de caminos en el bosque;

es un filósofo que afila el filo de lo bello,

un jardinero que poda

el musgo que se enreda en la cabeza.

 

Al decir de Borges, la metáfora es o acierta cuando se desprende de un conocimiento que de alguna manera nos es común, aún cuando devele nuevas aristas de una verdad que sospechábamos o intuíamos. Esto no es una cita, es solo un recuerdo de sus ideas, no me interesa aquí parecer académico, con estos apuntes, sino despertar el amor a este oficio del niño Villalobos, que salió a patear la bola con los otros niños de su comarca.

Pues para hacer un poema así, además de un gran talento, se necesita mucha gracia, lo que los españoles dirían salero, y en mi país chispa. Y esa gracia a de juntarse con el buen gusto:

Cuando un salonero habla,

a solas habla del menú con la saliva

a solas habla del menú con el estómago.

(He aquí el ejemplo de la gracia en el poema Menú de auxilio, pág.41).

En cuando sienta el hambre

el hambre a morir sobre la mesa

los saloneros de todas partes

vienen con platos de sal a mares

y postres de la luna.

 

(Éste es el ejemplo del buen gusto).

Luego viene el poema a los panaderos, (Amado amante) ellos por artilugio poético serán los amados amantes amando, se parafrasea una canción popular y un texto costarricense que usábamos de niños como silabario escolar: donde el verbo amasar se aplicaba al trabajo femenino en la cocina: mamá amasa la masa.

 

Amasas amando amante

este pecho de azúcar

que se hincha encanto

como pájaro nupcial.

 

Te ganas el pan con el pan

que suda el trigo.

 

Además, olvidaba mencionarlo, se regresa a una referencia bíblica en un poema que también acude a los elementos eróticos, propios del cuerpo femenino. En dignas emulaciones al Cantar de los Cantares:

Es suave el pubis

Es suave el trigo

y suave la saliva que lo moja.

Y después diría que casi nada merece un poema épico lírico a las manos, que a las manos de los peones de la construcción:

Se piedran las esquinas de dureza,

se ladrillan las miradas de la gente.

Poco a poco se argamasa el corazón de los lagartos.

Aquí la necesidad expresiva acude a neologismos como en varios momentos más durante el poemario. El poeta nos muestra cómo construir verbos a partir de elementos sustantivos tan concretos como la piedra.

Si por debajo del viento pasa una mujer pasando

todos los ojos todos se detienen a lamer el paso

alguien silva, alguien guiñe,

alguien dicta los dictados del beso.

Y qué más fama que la de estos trabajadores que detienen su azaroso y pesado trabajo para ver pasar a una mujer y espetar algo hermoso o vulgar, qué importa.

Son las águilas del risco.

Son los cantos con que canta

Toda Torre de Babel.

(poema Los dictados de la piedra, pág. 48)

Como ven, se concluye con una referencia culta aunque muy reconocida popularmente también, en ese afán de definir a estos personajes de nuestras ciudades.

En fin, la cantidad y calidad de los recursos literarios, el uso de lenguaje popular, de los dichos y dicharachos, como los acunara Alfonso Chase en su Libro de las Maravillas, son casi diría infinitos. Así la secretaria es la que guarda los secretos, los dimes y diretes de nuestro coloquio tradicional:

Sopla el viento el dime dime

y ella espanta los diretes con su canto de sirena:

no dirá una palabra,

no dirá quién es el dueño de esta boca

sin la firma de su jefe.

 

Es sencillo percatarnos que se acude a elementos etimológicos para recordarnos los significados olvidados, develándose el sentido literario o lírico al lector: 

¿Qué secreto secretario guarda en la gaveta?

(poema: Secreto en la gaveta, pág. 56)

Y en el poema a los recepcionistas, lo procaz desechado en su manual, el poeta sí  lo puede mencionar. Él Tiene todas las licencias.

Y nunca, nunca, nunca

las patadas y los dientes y las uñas.

Y nunca, nunca, nunca

los váyase a la mierda que quisiera.

(poema: la cara de la cara en la oficina, pág. 59)

Y el limpiabotas convertido en duende, se referencia en ámbitos de cierta culterana sapiencia,  casi siempre muy reconocida en todo ámbito, para al final dar un destello de amor, que parece impersonal, porque se ejecuta con una tercera persona paternal quizá; pero de seguro, y no quizá, ahí esté el poeta que es el observador de las falencias también:

A veces sueña que todo zapato es una lámpara de Aladino,

quizá una caja de Pandora

o tal vez el milagro de Rey Midas y su oro.

 

A veces sueña que un hombre sin nombre

lo abraza mientras él le limpia los zapatos

 

y sueña que sus ojos se parecen a los ojos del abrazo.

(poema El duende la calle, pág. 63)

Por eso, estos poemas que no tienen nada de panfletarios, son visiones desde una otredad que es el sí mismo solidario, amador de la gente, hijo de todos los oficiantes de oficios y menesteres. Y que se atreve al final cantarle al poeta, ese que está en muchos de sus amigos y en su propio sed de sentirse hacedor de sueños y metáforas.

Muchos oficios más pasan por estos versos, la mayoría inolvidables como el de los rezadores, las monjas, los árbitros, los predicadores callejeros, los cogedores de café, y tantos personajes que son tan nuestros, aunque algunos tiendan a diluirse en la niebla del devenir.

Nota: El libro El Cantar de los oficios fue publicado por Uruk Editores en el 2017.??

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

El libro de las Maravillas, recopilación de la tradición oral costarricense, selección, prólogo y notas de Alfonso Chase, Editorial Costa Rica, 2000.

 

Mester de juglaría, http://www.slideshare.net/JUAMPE/el mester-de-juglara-7166514

 

 

Borges, Jorge Luis, Tlön, Uqbar y Orbis Tertius. Ficciones

Borges, Jorge Luis, disertación sobre la metáfora.

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Comentario

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PLUMA DIAMANTINA
Comentario de Ronald Bonilla Carvajal el agosto 16, 2021 a las 8:52am

Gracias, Benjamín por tu letura y comenario, abrazos


PLUMA ÁUREA
Comentario de Benjamín Adolfo Araujo Mondragón el agosto 14, 2021 a las 4:30pm

¡Puntual reseña sobre el libro de Carlos Villalobos, Ronald!

Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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