J o s e f i n a

JOSEFINA

 

             Iba muy de madrugada al cerro a plantar flores en lo que era el cementerio de su marido, sin saber que ahí localizaría al amor que había perdido, renovado.

                                 Son las 4 de la madrugada y suena el viejo despertador de Josefina. Sus gatos, en torno de ella, se desperezan y lamen sus peludos cuerpos para acicalarse. Ella, en una rutina que sigue siempre que se des mañana: toma el cepillo y peina sus largos cabellos y limpia su rostro con una toalla húmeda lo que le refresca para rápidamente salir al frío invernal de la montaña.

                               Pocos minutos después de caminar cuesta arriba llega al sitio definido con las semillas que plantaría, pero no se da cuenta que la observan.

                              Un hombre, acurrucado en uno de los árboles más próximos a la tumba de Héctor, su difunto esposo, se sorprende –pues se encontraba dormido- ante la presencia de Josefina.

                             Ella inicia el ritual de plantación de las nomeolvides que tenía planeados para plantar ante los restos de su difunto esposo. Mientras canturrea una vieja canción que ambos interpretaban a dúo en momentos de paz y mutuo arrullo.

                             Entretanto Dionisio, que así se llamaba el hombre escondido ahí luego de un asalto a una pareja en el camino, miró a la mujer y permaneció observándola con atención, pero nunca se percató de que ella logró mirarlo de reojo y se sorprendió con su presencia lanzando un contenido grito de angustia que hizo que él reaccionara y le dijera:

                          -Muy buenos días señora, ¿Qué hace aquí tan temprano? No le parece que estas no son horas para que una mujer sola se exponga en estos lares tan lejanos del pueblo?...

Josefina enmudeció por leve lapso, cobró alientos para responder y con un hilo de voz dijo a Dionisio:

                          -Estoy aquí porque es

la tumba de mi esposo que murió hace poco; y vengo a plantar unas florecillas que le prometí antes de su partida.

                         -Mmmmm, ya entiendo, dijo Dionisio y rápidamente se ofreció a ayudarle en esa tarea.

                         Meses después ya habitaban el mismo techo y vivieron juntos para evidente sorpresa de los lugareños.

Del Libro inédito: LA REGLA DE ORO.

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Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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