YO…
Yo dije ayer las últimas palabras
del verso encendido de mi vida
y tuve para siempre
la puerta de la aldea
de aquella heredad de una partida.
Yo puse ayer en la verdad suprema
del astro silencioso en su derroche
el último dilema
del eco superior
surcando la vereda en negra noche.
Y pude alimentar la hermosa fuente
a través de una lágrima infinita
que escurre en la corriente
fugaz, atribulada…
y brilla en la penumbra ya marchita.
Yo tuve ayer las aves más divinas
que vuelan fatigadas sin reproche,
la luz de una mirada
y el beso delicioso
del claustro temerario de aquel broche.
Yo supe ayer del traumatismo cierto
del sino de la carne tamizada
por una cruel ventisca
que rompe las primeras
borrascas del ardor de tu jornada.
Yo dije ayer las cálidas palabras
del momento augusto y diamantino
que solas ya se instalan
en tu bendito lecho
y en las cumbres más altas del camino.
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