Tarde Ya.

[Ariel Víctor Lowenstein]

Tarde ya

Era tarde ya. Yo lo sabía.

Era temprano sin embargo; clareaba el nuevo día.

Y en ese territorio ambiguo entre noche y mañana un hombre, que tal vez era yo, se adentraba en anónimos espacios no hollados por mortales, todavía.

Clareaba; era de noche. Las torres sumergidas se anegaban de nubes que poblaban la tierra. Todo era confuso y blanco.

Sé que me enredé entre ramajes hasta crujir con ellos. Conocí esa foresta no por mis ojos ciegos sino por mis manos, hechas corteza bajo la carne de la ignorancia. Quizá vagué durante días. Pero llegué a tiempo.

La fiesta comenzaba. Locos y locas bailaban desnudos en el parque. Las enfermeras, acuchilladas, sangraban en paz en la gramilla. Fui feliz aquel día.

La noche entró de nuevo y cada cual se fue por donde había venido. Me dejaron sólo en una mesa interminable frente a un pan y una taza de té; reí sin consuelo.

Quedé mirando las formas de los árboles. Tratando de imaginar las siluetas lejanas de los dementes, escapados entre troncos y enramadas. Me entretuve así un buen rato; la luna me ayudaba.  Jugué con formas y colores, con perfumes y con pensamientos. Es increíble lo que uno hace cuando ama de verdad la vida.

Nunca supe cuándo; anocheció.

Esa mañana me vi, paseando por el parque. Pateando la hojarasca.

Una de las enfermeras vino por mí. Nos saludamos.

Era tarde ya. Creo que amanecía.

[Ariel Víctor Lowenstein]

Bendiciones para tí también.

[MÓNICA LOURDES AVILES SÁNCHEZ]