En el campanario,
repican las campanas,
y una apática paloma,
se queda inerte,
mientras las otras
alzan vuelo,
precipitadamente.
Tal osadía,
me dejó extasiado,
tal vez se le olvidó volar,
o está enferma
y ni siquiera quiere volar.
Será,
que le estarán pensando los años,
y la vida le está cobrando,
tanta linda libertad.
Sentado, frente al campanario,
de la vieja catedral,
a donde llegó casi a diario,
con mis pies melancólicos,
para olvidar mis penas,
y pactar,
con el amor del pasado,
que me dejó tatuada en la boca,
aquellos besos
que no podré bórrame jamás.
De nuevo contemplo la paloma
y la veo risueña,
como queriéndome algo contar,
la tarde se pone espesa,
y los seres pasan indiferentes,
al abandono del ave,
que no vuela, no ríe, no canta,
sólo me mira,
desde lo alto del campanario
y sin hablarme la escucho,
desde lo más profundo,
de mi soledad
y al fin entiendo,
después de pasarme,
la tarde entera,
observando a la paloma,
que ella, soy yo.
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