Sangre hecha tinta
¡Qué vida la mía!
Sin suerte ni destino,
confinada y errante
en mi reino cansino.
Me agobia el pensamiento,
la razón no comprende
que mi corazón está roto
y mi alma llora su sino.
Vagabunda de la vida
con sangre en mis manos
hago la señal de la cruz
sobre mi pecho oprimido.
Benditas señales
del cielo aterrizan
a mi reino santo
y no puedo revelarlas.
El aire está rancio
huele a maldad,
a muerte inminente
y eterna soledad.
No hay lugar en el mundo
que a mi reino se compare,
navego por el aire de la razón
y sólo encuentro suspiros rotos,
incrustados en las crestas del mar,
que zozobran en la espesura
de mi sangre hecha tinta.
El sol ya no brilla en su sitial,
el día se ha envuelto
con la oscura mortaja de la nada,
mi vista se pierde en la distancia
extraviándose en las estepas sombrías
de mis delirios tormentosos.
Cecill Scott.
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