La historia de la angustia
comenzó con los fenicios
que conocían el secreto del agua,
los moros que siguieron
su triste elíptica, los católicos
que persiguieron a los moros,
y los gitanos que capturaron
la órbita completa del sufrimiento
en un solo llanto.
Hay muchas maneras
de recordar,
como el viento que cambia de dirección
pero es siempre el mismo
como el mundo sobre su eje de plata
y el mar engatusando
con su lamento
la insincera respuesta de la luna.
Fuera de todos estos elementos
el mundo inventa sus misterios,
las volutas del cangrejo ermitaño
y el veneno del escorpión,
la boca roja del hibisco
y el agua con sus señales privadas,
su vocabulario de clima
y calamidad.
Curioso cómo sigo volviendo
al mar, cómo eso es algo
que nadie me puede negar,
cómo me gusta observar la idéntica paciencia
con la que da forma a las rocas
y reclama su dominio
en riachuelos y estanques.
Creo que aún formo parte
de la primera creación,
la noche en blanco en la que
todo era posible
y en la que todo lo que se necesitaba
era un gesto para abrir
el más profundo instinto de los volcanes.
Estoy más lejos
de lo que nunca he estado
aún más cerca a la fuente
de mi comienzo,
el néctar primerizo
y el grito asombrado
de las primeras aves levantando el vuelo.
Recordar es vivir.
Pero hay tantas formas de recordar,
como maneras de vivir
o de sufrir;
todo es cuestión de colocar
el ojo en el cuadrante perfecto
para no decir una barrabasada.
El Mar bien puede ser
la mayor caja de recuerdos
del Mundo y sus entornos;
la luna bien puede ser,
a su vez,
un buen sueño del sol
y sus accidentados
caminares por el Universo.
Hay tantas maneras de recordar
que ya me fui a mis ayeres ancestrales,
me hundí en ellos y logré salir
ileso de esas tempestades
que acaso me fueron ajenas
pero solo por la sangre
me involucraron en sus
turbios ayeres.
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