MI QUERIDO GAINESVILLE - LA TORRE DE BABEL

A veces las autoridades máximas no saben tomar decisiones correctas. Vuelven locos a sus dependientes en un psiquiátrico carnaval.

Pues resulta que las dos torres de diez pisos en el territorio que comprende el Campus de la Universidad en ese pueblito llamado Gainesville, acomodaban a casi todos los jóvenes del inmenso programa graduado. En una de las torres a los nenes y en la otra, nosotras las nenas, muy bien custodiadas.

Esa universidad es enorme, y las autoridades administrativas se jactan indicando que hay estudiantes prácticamente de todos los países del mundo. Un remolino cosmopolita de criaturas de todos tamaños, colores y rasgos fisiológicos. Doy fe de eso.

El marasmo de diferentes idiomas por los pasillos y plazoletas del campus resultaba peor que la locura que aconteció mientras se construía la Torre de Babel. Chinos hablando sus lenguas de varias regiones, árabes, griegos, italianos, latinoamericanos (ahí creo que caigo yo), australianos, canadienses, jamaiquinos, por mencionar algunos.

Y verdaderamente era el caos de la Torre, esa que quedó sin ser terminada, y cayó hecha pedazos causando tanto revuelo en la época antes de Cristo por allá por las tierras persas según nos cuentan los judíos en el Antiguo Testamento. Mucho peor.

Y les comentaba que los administradores no tenían la nariz bien puesta en su sitio, porque acomodaban en los dormitorios a unos juntes internacionales imposibles. En mi caso me acomodaron con dos chinitas; Wini Ku de Taiwán y Cichi Chen de Beijín, y una turca, Mirihban Pekgulariuz de Estambul, y para colmo yo, una caribeña risueña a todo color.

Mirihban era musulmana, y mantenía el Corán en su mesita de noche, y yo católica a rabiar. Wini era Taoísta y Chichi, creo que Budista. La cosa es que Mimi sacaba su Corán todos los días a la puesta del sol, se acostaba con la cara al suelo en dirección a la Meca, y por un rato no podíamos ni siquiera hablar, mucho menos murmurar nada.

Pues les cuento que yo no cambiaría mis costumbres caribeñas de colorearme la cara antes de salir para tomar mis cursos por nada del mundo, y mucho menos por Alá.

Mimi se fascinaba mirándome pintar las líneas de mis labios rojo pasión, y sombrear el contorno de mis ojos de azul turquesa para que se resaltaran su color miel ante el espejo que compartíamos. Creo que sentía una envidia sana, pues ella se cubría su cara con un manto o burka y salíamos juntas para clases.

Nos hicimos grandes amigas, algo raro, considerando que discutíamos constantemente de quien era el hijo de Dios en la tierra. Me negaba a considerar a Jesús un profeta, como me aseguraba. No, no y no…..Una tarde de disputas religiosas, la corrí por toda la habitación y logré sujetarla y pintarle los labios con mi rímel… Aunque protestó, juro que la vi mirarse al espejo con una sonrisa indescifrable en su hermoso rostro.

Que tiempos aquellos de jeringonza universal, no los cambiaría ni por todas las glorias del mundo, y yo ahora acá en mi Isla, después de medio siglo de historia, sigo pintando mi cara con vivos colores como para vivir cada día mi propio carnaval y Mimi seguirá usando su burka como catedrática en McGill Univesity por Quebeck, Canada.

Bendecido lugar de locos, mi querido Gainesville, que me permitió entender que podemos diferir en nuestra fe, pero los mandamientos para todos son los mismos: amarnos los unos a los otros como Dios nos ha amado.

Carmen Amaralis Vega OLivencia

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Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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