Eran esos días lluviosos que invitan a quedarse en casa.

Oren estaba malhumorado; a causa de una discusión bastante acalorada con su jefe, éste presentó sus quejas ante el director de la empresa, y luego de una larga y nada simpática reunión, y a pesar de los casi cinco años de antigüedad, que por lo acontecido, no hicieron mella en el Directorio, fue tomada una decisión inapelable, su despido.

A media mañana, leyendo el diario, se topó con un pequeño aviso en la sección clasificados, anunciaba la apertura de un comercio en la zona vieja de la ciudad, que se dedicaría al rubro de artículos variados de segunda mano.

Anotó la dirección, se vistió y salió en busca del nuevo negocio. Siempre le llamaron la atención esos lugares, y más, pues el eslogan publicado en el aviso, bien decía: °Aquí encontrará lo que siempre buscó°

Mientras deambulaba por las calles, guiado por ese séptimo sentido que parecía coordinar su nueva realidad, se iba disipando la impresión desagradable de la lluvia sobre su rostro al cruzar por última vez el portal de la que había sido su empresa. Las gotas barrían su gabardina, arrastrando la amargura y dejándole convertido en un lienzo imprimado, listo para nuevas vivencias.

Cada giro, cada esquina, acrecentaba sus expectativas por la tienda de objetos usados. No es que, racionalmente, esperase mucho de ella. Más bien algo de entretenimiento y posibilidades de pensar, curiosamente, en cosas nuevas. De alguna manera imprevisible, estaba preparándose para pasar un buen rato.

Al llegar al escaparate, a medio arreglar, con el letrero del negocio anterior y con falta de atención al detalle, dudó. Pero decidió entrar. En la vida hay que dar oportunidades. Y lo primero que sintió fue un sobresalto por los sonidos de campanas al entrar. “Un buen método para avisar cuando alguien entra en la tienda”, pensó, sonriendo ante lo inesperado que le había resultado.

Su mirada hizo el recorrido rápido alrededor del lugar que le permitió la semioscuridad. Unos segundos le bastaron para sentir la necesidad de inspirar y percibir mejor el olor… le era familiar, pero aún no reconocible. Parecía estar solo, escudriñó con más detenimiento. Y entonces le encontró.

Como olvidada y semi tapada por un estrafalario sillón de terciopelo rojo, la vio y todo su cuerpo estremeció...imposible creer a sus ojos, se acercó y con suma precaución la rescató, y ahora sin duda la reconoció... era la valija de pana amarilla de su madre, ya fallecida hace años.

    -Por lo visto, encontró algo que le interesa…

Esta pregunta del dueño del local, lo volvió a la realidad.

    - “No lo sé, no estoy seguro. Voy a mirar esta valija para explorar mis propios pensamientos” Se encontró diciendo, para sorpresa suya. Y acto seguido, sin medirse, se dedicó a explorar la valija.

Decidió reflexionar. Levantó la frente, cerró los ojos y se concentró. “Si, valija de pana amarilla, sello de cuero en la parte posterior inferior izquierda, forrada en raso azul brillante…” Abrió los ojos de nuevo, elevó la valija a la altura de su pecho y rápidamente, dando un giro en el aire, buscó el sello de cuero.

Si, allí estaba, pero en la parte posterior inferior derecha. Era sin embargo un sello de cuero con la letra A de Adelina. ¿Por qué estaba en el lado opuesto?

“Será cuestión de corroborar el forro. Voy a ello”, se dijo y abrió la valija con presteza y con cuidado a la vez. Sintió un escalofrío recorriéndole el cuerpo. Era raso, era azul, pero era más bien de un cierto tono mate. Ladeó la cabeza, miró a lo lejos, trató de recordar.

Y sabiendo que los recuerdos se desvirtúan con su sola existencia, decidió continuar su exploración. Si era la valija de su madre, sabía claramente, sin lugar a dudas, lo que tenía dentro. Cartas.

Metió la mano lentamente, como no queriendo dañar nada, como no queriendo desilusionarse al encontrar algo diferente… y los tocó. Ciertamente, eran papeles. Papeles doblados, envueltos con cintas y lazos.

La emoción que se apoderó de él le llevó a su niñez, a algún regalo descubierto, a algún juguete recuperado, a la sensación de un beso.

El dueño del local. No había pensado en él. Levantó la mirada y con claridad le dijo: “¿Puedo?, ¿Puedo ver lo que hay dentro?”

    -Por supuesto, no hay inconveniente, pero por favor trátela con delicadeza, le tengo mucho afecto a esa valija.

Oren se inclinó, y con mucha precaución, empezó a leer aquellos antiguas y amarillentas hojas. A medida que sus ojos absorbían lo allí escrito, sintió una especie de culpa al inmiscuirse en quizás secretos nunca revelados.

Pasados algunos minutos, una nueva aparición del dueño lo sobresaltó…

    -Considero que ya es suficiente el tiempo que le dedica, ¿desea adquirir la valija? Si así es, acercarse al escritorio de la entrada y le informaré del precio.

Luego de cerrar trato, no obstante el importe solicitado era extremadamente exagerado, pues el interés demostrado, sin duda influyó en la perspicacia del vendedor, Oren abonó lo requerido, y solicitó, de ser posible, recibir una manta como para envolver la preciada valija. Ya en su poder aquél recuerdo de su madre, abandonó el local. Esperó la llegada del taxi que había pedido. Aún no salía de su sorpresa cuando escuchó la voz del dueño del negocio, que había salido y desde la puerta le insinuó…

    -Soy muy olvidadizo, recuerdo que tengo algo que más que seguro hacía juego con esa valija...venga no se arrepentirá…

Oren, aún algo disgustado por el precio de su adquisición, se dio media vuelta y entró de nuevo a la tienda. Tenía dudas. Sus pasos lo revelaban. Se dedicó a ver con detalle todo el lateral de la tienda, la estantería de maderas oscuras, la pulcritud, los frascos de cristal que antes contenían perfumes, intactos… Se sorprendió cuando volvió el vendedor con una

libreta, quizás un diario, rodeado de una cinta azul y forrada en pana amarilla. Ese objeto nunca lo había visto antes.

    -Si, hace juego, musitó Oren. ¿Cuánto me cuesta esto? -Dijo, sin mirar al vendedor a la cara, aún explorando la pieza que ya tenía en sus manos.

    -Nada, lléveselo por el precio que ya ha pagado por la valija- respondió el vendedor, sonriendo ampliamente, sintiéndose muy bien por su propia generosidad.

Oren levantó la mirada, sonrío moderadamente y dijo “Gracias” desde una parte muy profunda de su garganta.

Salió de la tienda dudando aún más de lo que dudaba con las cartas. “¿Realmente voy a revisar esta libreta que muy probablemente sea un diario? ¡Es que podría ser de mi madre!” decía una parte de su “yo” a sus muchos otros “yo”. Algunos de ellos sonreían, otros reían abiertamente y había el que le acusaba de botarate.

Entró al taxi y ya sin poder esperar más, deshizo el lazo de la cinta azul que rodeaba la libreta. Se deslizó algo por sus piernas. Tuvo que doblarse y pedir disculpas por los movimientos extraños al conductor del taxi. Cuando le dio la vuelta a la foto que se había caído, apenas se lo podía creer. Era una foto de el mismo, hacía quizás unos ¿40 años?

Abrió apresuradamente la libreta. Al azar, por el centro. Era la letra de Adelina, su madre. Y tenía un conjunto de enumeraciones que no parecían tener sentido… “Ha levantado la cabeza” “Ha dicho mamá” “Le he puesto la vacuna que correspondía a su edad”. Se fue a las últimas páginas. Un párrafo rezaba: “Cree que yo no me he dado cuenta, pero se ha enamorado de la hija del vecino. La mira largamente y apenas puede tartamudear intentos de palabras cuando ella le saluda”.

Encontró más fotos. Todas suyas. En una salía también su padre. En ninguna estaba ella. “Claro, pensó Oren, mamá siempre estaba detrás de la cámara”.

Oren vió las fechas, hurgó más en las notas y comprendió, de golpe, cuan importante había sido el para su madre. Un calor tibio le recorrió todo el cuerpo. Una sensación de cereales con leche caliente cayendo al estómago, de abrigo siendo abrochado, de cordones del zapato recibiendo el doble nudo. De caricia bajo la frente de un resfriado.

Llegó a su destino. Pagó lo debido. Recogió todas las fotos, todas las cosas y dejó dentro de ese taxi un olor a felicidad como el que hacía tiempo que no había sentido.

Llevaba un tesoro bajo los brazos, que sin duda produjo un cimbronazo en su interior.

Todo el día le ocupó leer y releer cada una de aquellas cartas, intimidades que no se avergonzó de inmiscuirse en ellas. Le ayudaron, eso sí, a conocer otra fase, de su querida madre, para él desconocida.

Crease o no, aquella revelación, lo incitó a reconsiderar su vida y buscar una ocupación, y ahora más tranquilo, pero con nuevos bríos para enfrentar la vida.


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Autores

Grace Cristina Chacón León (Venezuela)

Beto Brom (Israel)

*Imagen de la Web c/texto anexado

@DERECHOS REGISTRADOS

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Comentario

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PLUMA ÁUREA
Comentario de Beto Brom el enero 1, 2023 a las 2:23pm

Para todos los que nos leyeron


PLUMA ÁUREA
Comentario de Beto Brom el diciembre 30, 2022 a las 6:24am

Amigaza EDITH, agradecemos tus huellas.

¡¡FELIZ AÑO NUEVO!!

Grace/Beto


PLUMA ÁUREA
Comentario de Edith Elvira Colqui Rojas el diciembre 29, 2022 a las 2:35pm

interesantes como siempre tus relatos


PLUMA ÁUREA
Comentario de Beto Brom el diciembre 29, 2022 a las 8:23am

Queridos amigazos...CRÍSPULO, DELIA,  PABLO

MUCHO AGRADECEMOS VUESTROS COMENTARIOS

¡FELIZ AÑO NUEVO!

Grace/Beto

Comentario de Pablo Grados Tapia el diciembre 28, 2022 a las 10:47am

Bello sainete prosaico, estimado Beto, un placer leerte.

Saludos y feliz año entrante.


ADMINISTRADOR
Comentario de Delia Pilar el diciembre 26, 2022 a las 4:33pm

Muy bello relato, Beto. 
Me ha encantado leerte y te felicito. 

Gracias por compartirlo en nuestro 

amado espacio. 

Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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