II
(años cincuenta)
Ahora vamos a subir al tren en movimiento
por su costado izquierdo.
Nos tiraremos en el zacatal del puente
por las latas y cartones del callejón de los pobres.
Rodaremos de nuevo por la infancia
de bicicletas raudas y mejengas
en la plaza donde ahora están los tribunales.
Subiremos los altos muros a ver el hueco de la piscina
en esa gran casa demolida,
por aquí el arquitecto Estrada pasó soñando
terracillas, ventanales protegidas por bastones,
muros blancos, tejas y aleros.
En ese lote baldío viven dos vacas rumiando,
en el hueco de la pared quedaron unos libros viejos
atrapados en el vetusto pasillo que morirá de pronto.
Me llevé Corazón de Admicis,
Lil de los ojos color del tiempo,
Ivanhoe y Frankestein de una tal Mary Shelley.
Me llevé un viejo retrato de Dickens
y un calendario de 1953.
Fuimos a la iglesia La Soledad, con sus custodios altos
y su campanario callado,
allí en la plazoleta del frente inicio el recorrido
montado en caballito de madera,
el aserradero y los tuquitos
y el aserrín para tirarnos viajando por la línea del tren,
equilibristas invencibles.
Un carretón halado por dos jamelgos viejos
llevó la máquina de coser hasta mi casa.
El violín de mi padre traspasa
las constreñidas casas de madera
que alquila el tío Hermenegildo.
El buick de mi padre se estaciona entre la línea y la acera
y al día siguiente lo lleva fumando a la farmacia.
Es azul o gris como el humo del tren
que a las seis vuelve a pasar
lleno de ojos y ventanas.
Continúa el compartire de un nuevo libro inédito
Derechos de autor protegirdos por ley
Comentario
Gracias, Críspulo por dejar tuhuella ante este poema, abrazos
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