(Deseperación y consuelo / Eduardo Kingman)

FRUTOS DEL MISMO TIEMPO

                                                                                               ***

A Eduardo Casanova

Este repentino retumbar de cascos de caballos, estas sombras confusas que acentúan más todavía mi confusión y aturdimiento, por las calles iluminadas de tristeza, con faroles apenas vivos, con fragancia de tempestad.

Sonaba como cascos de caballos, pero eran aún las estridencias de la fiesta, una celebración sólo para mí, porque los invitados se habían ido temprano y quedamos los dos, mirándonos desde una pasión vieja que reverdecía recuerdos lejanos. Y no faltaba sino acercarnos hasta la estrechez de una danza, encender la lámpara sobre el piano, silencioso esta noche porque no era necesaria la música, y mirar la historia desde el tiempo de hoy, sin sorpresas, con el cansancio de lo vivido y la pequeña emoción que debíamos repetir. No lo habíamos planeado pero así resultaba más auténtico y más vital. Los recuerdos vendrían acaso con el contacto de los cuerpos que danzan en la alfombra donde al fin yaceríamos. Pero no eran importantes los recuerdos.
Te había dicho que no convenía esta aventura después de tanta ausencia recorrida, tanto olvido. Adivinaba tus pensamientos: Nuestras vidas están hechas, y aunque tengan hastío es la nuestra y ya no podemos tener ninguna otra. Los hijos ya crecidos, la rutina de ir a la plaza a mirar la fuente, el paseo por la ciudad que ya no es; en fin, esta búsqueda de una existencia mejor en el cristal de las copas de vino.
No aceptaste mi explicación y fuiste empeño, palabra vacía en el salón. Otra vez volvamos a vivirlo, dejemos a los hijos, dejemos las plazas sin fuente, y recojamos la poca emoción que nos queda. El ensayo se hizo sin programa, no sabíamos el papel que representaríamos en la casa de siempre, la misma que tanto tiempo atrás fue escena de una pasión que nos dejó llanto y nostalgia. Pero fingimos la actuación y comenzó la danza sin música, el gorgoteo de la lluvia y el miedo, la mirada fija en una puerta que puede abrirse y dejarnos ridículos viejos adolescentes que se abrazan, y quizá una ofensa y un riesgo.
La puerta no se abrió y te fue invadiendo un cansancio de trapos rotos, y ya no te mueve el aliento que te arrulla al oído esta humedad de un rostro manchado de lunares. Ahora te distancias, alejas el cuerpo para envolverlo en cortinas de frío, y ni el vino puede enloquecerte. Te pones grave y razonas con disimulo. Es que el tiempo nos hizo otros y ya no podemos cantar nuestras pasiones limpias. Después tu silencio sin tregua, no decir que no quieres pero echar cerrojos, no hablar de miedo pero mirar la puerta que puede abrirse para descubrir el abrazo frustrado para siempre. Y retiras el primer ímpetu y enmudece toda la noche porque ya no quieres y me dices que nunca debimos, que el tiempo no regresa, que no estamos más.
Uno va por los ríos de la memoria a riesgo de la vida o de la tranquilidad, y el río me traía en corrientes enfangadas, en una balsa de brumas que eran de pronto rojas, o amarillas, con latigazos de viento; y encima los árboles de tiniebla, encima la ansiedad localizada en alguna parte de mi orgullo. La primera esperanza, tanto tiempo atrás, estuvo en la terraza muelle de donde partí sin saber nada más que la noche, el viento, el frío de las calles solitarias. Ahora esta otra despedida, desde la misma terraza, pero definitiva en el cansancio.
No recuerdas como yo aquella primera vez, detenida en la memoria por obra del retumbar de cascos de caballos en la noche. Entonces el desnudo tenía otros colores, la voz otra impostura, y bailábamos lentamente una danza de licores y llegaba a nosotros el aroma de la lluvia desde la terraza; pero tampoco pudimos vencer el miedo aquella vez, debido a la juventud que es temblor e incertidumbre, y después del ensayo tuvimos que abandonar la representación y retirarnos — retirarme— de la escena con el peso del fracaso. Mi despedida fue resignada, pero a medida que me alejaba crecía un furor tenaz, espeso, y caminé por estas mismas calles que esta noche recorro, bajo los mismos faroles sin brillo, rodeado de la fragancia de la tempestad que repite presagios que se cumplirán de nuevo. Calles silenciosas que se extendían, como ahora, sinuosas y calladas, frente a mí, para llevarme sin destino a cualquier lugar, y que detrás de un recodo estarán igual de silenciosas.
Salvo que mi derrota descubrió el automóvil al borde de la acera, escondido bajo las ramas del viejo árbol. Entre la niebla de la impotencia tuve la visión de cuerpos entrelazados que dentro del automóvil se regodeaban en la búsqueda de un encuentro, el que yo no pude tener, y mi fracaso se hizo mayor, mi rabia me hacía verte en ese lugar, apretada contra otro que no era yo, dándole lo que no pude yo tener. Y me lancé contra el barco anclado en la lluvia y lo patee con desesperación, para que tú me vieses y me perdonaras y volvieras conmigo y todo, todo. Pero no eras tú, y mi acto se hizo cobardía porque eché a correr por las calles mal iluminadas y me escondí entre arbustos humedecidos, herido por las zarzas y por la miseria, mientras la pareja fue perdiéndose aterrorizada por las sombras, en huida de mi amenaza también frustrada.
Te imagino ahora llorando mi despedida, ya irremediable en esta segunda vez. Los lamentos no sanarán el quebranto de la derrota y tu sufrimiento será tan grande como el mío esta segunda y última vez. Es también ahora una noche lluviosa y las calles están abandonadas de pasiones, y el camino se abre sombreado de miedo. Los cascos de caballos son los mismos de aquella otra noche: corren sin destino como un recuerdo, libres de arreos y frenos, salvajemente en la lluvia. No puede contenerlos ni el palafrenero ni mi nuevo fracaso, y se estrellan frente a mí bajo la forma de árboles y me abren con su batir un ritmo de zozobra: es el mismo teatro en cada recodo, las mismas presencias invisibles, los golpes acompasados en la piedra de las calles. Y de nuevo la epifanía que surge de la memoria, real como el presagio: está otra vez el automóvil oculto entre ramas y sombras, y en él estás tú como en la vieja historia, vencida en el asedio, apretada a otro que roba lo que no pude obtener con súplicas. El río se ilumina y eres tú que me miras con sorna y no con la desesperación que dejé en tu ánimo, sorprendida de mi presencia.
No puedo saber cómo llegaste al mismo lugar largo tiempo después de tanta memoria agazapada, y cómo pudiste esperarme con inconmovible frialdad; pero no hay duda, estás asombrada y no lloras como debiste hacerlo al despedirme para siempre.
El golpe fue portentoso y calló el retumbar de los cascos de caballos que suenan como los frutos secos al caer de los árboles en las noches de lluvia.

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Comentario

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POETA DE PLUMA
Comentario de Hugo Mario Bertoldi Illesca el febrero 8, 2020 a las 2:07pm

En mi humilde opinión, este es un cuento maravilloso, Alejo. Uno en el que pintas, con diestra mano y paleta plena de luminosas tonalidades, ese nmemónico ejercicio del recuerdo que realizamos de manera inconsciente tantas veces en nuestra terrena existencia. Agradezco compartir. Abrazonrisas y mis FELICITACIONES desde Argentina a Venezuela. 

NOTA: merece un párrafo aparte la pintura que nos compartes, mi estimado Amigo. Acabo de leer en Wikipedia algo de la vida y obra del pintor ecuatoriano Eduardo Kingman Riofrío. Es realmente interesante lo que hallé en mi breve lectura, en especial el párrafo dedicado a los hechos ocurridos durante su primera exposición. 


PRESIDENTE HONORARIO
Comentario de Aimee Granado el febrero 6, 2020 a las 6:50pm

Como ya nos tienes acostumbrados, tu narración llega en su torrente divino para abrazar nuestros sentires.

Cascadas de bellas metáforas que seducen con su dominio y su elegancia y la sabia utilización de recursos narrativos que nos mantiene atados a la trama.

Recorres la historia de principio a fin con esa elocuencia y versatilidad que te distinguen. Y escuchamos el repentino crepitar de cascos de caballos, nos trasladamos a la escena donde el aturdimientos y la confusión en medio de las sombras pueden visualizar esa tristeza que se escapa sin remedio en medio de la tempestad y la desesperación.

Y el encuentro frustrado que golpea al protagonista, que lo hace perder nuevamente la oportunidad deseada de mar y de entregarse libremente, sin miedos ni censuras, que arremete contra los recuerdos, se aliena en el olvido, mientras que la trama avanza entre azares y despedidas y el pesar ante la ironía despierta el sentimiento de asombro frente a la sorpresa inesperada. Y allí están las calles silenciosas, los anhelos quebrados, el beso perdido entre la ansiedad y el desasosiego, el baile sin romance, la actuación desafiando el tiempo y la verdad insinuante dejando su huella definitiva, mientras las memorias continúan atadas a ese crepitar portentoso que huele a despedida .

Me gustó tu cuento, la imagen presentada y esa capacidad que tienes para adentrarnos en la trama es asombrosamente maravillosa.

Gracias por compartir tanto talento.

¡Felicitaciones amigo!

Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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