En una casa sin nombre

vive un hombre sin voz,

con un crujiente sabor

a hojas secas

en la garganta,

y en el secreto de una vida muda

tiene un iceberg que quema

y un volcán sin calor.

Carga en su arcaica memoria

el murmullo de un amor que murió

y que el río turbulento de la vida,

por envidia le despojó.

En una casa sin nombre

emerge hacia el cielo

una sublime oración a Dios,

sin voz,

pidiendo clemencia  a Jehová

porque la soledad

le taladra el alma,

mientras el reloj de la muerte

duerme

y continua su triste existencia,

 sin percibir

la voz embelesada del amor.

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