EL VELATORIO DEL SEÑOR SCHOPENHAUER (CUENTO DEL INFINITO)

                                                                        EL VELO DE MAYA / Sorabeb

EL VELATORIO DEL SEÑOR SCHOPENHAUER

Sacudiste la voluntad para entrar en el espacio de la calma y el silencio: Infinito inalcanzable. Levantaste el velo de Maya y accediste al resplandor de la perpetuidad; quizás así logres la plenitud de lo humano.

Por eso he venido a despedirte en esta noche de grillos, cargado de las expectativas que tengo de la vida común a la que algún día llegaré, semejante al agua que no cesa de moverse en el espacio cerrado donde estoy. Tu imagen callada en la inmovilidad me conmueve. Verte allí sublime de luz, en ese aposento que te guarda como tesoro, libre de estridencias, como estarás para siempre, si algo no te trae otra vez a este lugar de movimiento y convulsión.

La imaginación me lleva a entrar en tus pensamientos y me digo que tu terror a la muerte es injustificado, porque lo que vemos como un perecimiento o extinción no es sino la supresión de un error, de un extravío. La muerte es la abolición del tú y el yo: todo lo que se individualiza es una aberración, un engaño, y al morir ocurre la desaparición de una barrera ilusoria que separa el yo en que te sientes encerrado del resto del mundo. Crees que no tendrás otra existencia cuando dejes de ser, y te equivocas. Tu mundo no es éste que abandonas ahora, el que teme a la muerte; al contrario, te digo que permanecerás y vivirás, porque esa fuerza vital que se llama voluntad te abrirá la puerta de la vida. No existe para ti el tiempo pasado o futuro: todo es presente y volverá a pertenecerte la vida que hoy has cerrado.

Desde este momento de despedida se hará trasparente el velo de Maya, no tendrás más tu ser individual que te hacía creer que vivías disperso, como otro más del todo. Es siempre la misma voluntad y el mismo dolor lo que simultáneamente inflige y sufre.

“Eso eres tú”, te dirá la diosa Ilusión cuando levante su velo.

Pudiera ver, más allá de la sombra que proyecta tu sagrario, una lágrima vertida sin enojo. Todo es en vano, porque anhelo hallar tu camino y la explicación del por qué deshaces de un golpe de viento todo el curso en el que fuiste individuo en cuerpo y pensamiento.

La gente desfila ante ti para ver tu rostro ausente y observan por instantes la materia volatilizada tras el cristal que te protege.

Si te incorporases del lecho mortuorio para ver a tu alrededor, sonreirías. Una serena hilaridad tendría tu espíritu al presenciar tantas escenas, como en un baile en el que eres espectador y espectáculo. Te verías a ti mismo sollozando, o quizás ni sentirías tristeza por los que te despiden.

Una verdadera representación de aquello que muy pronto arrojarás fuera ti. Volverás a la unidad del Ser, vivirás y serás después la existencia del sacerdote que te da el responso. O representarás a la dama violeta que seca sus ojos con un pañuelo arrugado; o el niño que mira desde la puerta, sin atreverse a verte de cerca y contemplar tu inmovilidad. Figuras que pasan con lentitud por la escena y que son, igual que tú mismo, piezas de apariencia que volverán a la masa eterna de la voluntad.

Razonarías dentro del cofre con crespones de luto, y me preguntarías qué hubiera hecho si me hubiese tocado este azar de permanecer inerte, como tú ahora. Mi respuesta sería que este instante no tiene tiempo, la platónica “imagen móvil de lo eterno”. A todos les ocurrirá igual.
E insisto en decirte, a ti que ahora entras en la perenne oscuridad, que pudieras estar en mi lugar y recibir también los gestos y palabras de afecto que dispensan los visitantes por mi llegada al mundo de las apariencias. Pero me digo que el tiempo que paso haciendo propósitos te lo robo a ti, que tendrás prisa por alcanzar el cáliz que brindarás con tus jugos a una niebla que nunca toma las formas del agua o de la piedra, siempre ubicua.

Un movimiento brusco me advierte que estoy vivo. Percibo una fragancia y me doy cuenta de que estoy en una sala poblada de eternidad. Siento el ruido líquido que produce ecos en este albergue que me cobija. Es un sonido semejante a la noche, un oleaje ininterrumpido o un zumbido de abejas. Hay también oscuridad y silencio en este apacible espacio. Siento latidos de multitud pero no me acosa el hambre ni el frío. La penumbra de mi cóncavo refugio me hace creer que así mismo ha de ser el tuyo. Al contrario, mi espacio late hacia adelante, para buscar el encuentro con el sol y la virtud, para hacerse apartamiento y dispersión, mientras que tu caja de bronce, sin frío y silenciosa, te devuelve a la unidad y te hace nueva voluntad que habrá de regresar a trazar por siempre el impulso de la vida.

Mi madre se ha movido. Se acerca al lugar donde yaces y, en su andar bamboleante, me produce cosquillas. Es cálido el vientre materno; hay el silencio tranquilo que no nace del temor. Igual que tú, tengo un amparo seguro. Sólo una cualidad nos separa irremediablemente, al menos ahora: Tú regresas a ser voluntad indiferenciada que deseará a la vuelta del tiempo aparentar individualidad y hará de nuevo una representación. Yo naceré a la dispersa y tenaz aspiración de ser una pieza irrepetible del universo y echaré sobre mí el velo de Maya.

Nos cruzamos en el camino y no pudimos darnos ni un saludo.

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Comentario

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PLUMA MARFIL
Comentario de José García Álvarez el junio 22, 2019 a las 11:58am

Relato muy bien llevado, Alejo.

Es fascinante cómo redactas.

Enhorabuena, amigo.

Un abrazo.

Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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