El viejo amigo se asoma a la ventana de su cuarto cada amanecer. Todos los que pasan a sus labores lo ven y saben que contempla a su compañero el tordo, negro en el blanco matinal, plumas de paraguas y patas finas y duras como estilete de escriba.
Antes de que reciba el aroma del café y el tordo siga su camino, el viejo responde el saludo del solitario músico de negra levita. El tordo no permite la cercanía de nadie y se repliega en su capa. Se enciende luz en densa sombra y se hace silencio de brasas extinguidas mientras encandila el negro fulgor del visitante.
Sonreía siempre el viejo amigo y las aves venían a su ventana a traerle la mañana. El tordo era el primero.
Ya después mi viejo amigo se retiraba de la ventana, guarida de su contemplación.
Pasé hoy a la hora del crepúsculo frente a la ventana y mi vecino del amanecer no estaba. El silencio era extraño; ni siquiera trinaban los pájaros.
En la hora del último sol el tordo parecía una estatua de ébano, todo quietud.
Comentario
Me agrado tu sentir dedicado al tordo .
PRECIOSO, GRACIAS, AMARALIS
Sonreía siempre el viejo amigo y las aves venían a su ventana a traerle la mañana. El tordo era el primero.
Ya después mi viejo amigo se retiraba de la ventana, guarida de su contemplación.
Bello cuento
Gracias
mary
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