Detenernos en los instantes precisos, saborear la ambrosía de un detalle,
descubrir que en todo lo que florece y en todo lo que se marchita, vive el milagro del amor.
El ciclo misterioso de la vida que no minimiza el tiempo, ni lo cuestiona, solo es su compañera
inseparable, que mitiga la soledad y pondera la belleza del alma, esa que en medio de la
sencillez, es capaz de mirar más allá de un artilugio con pasión y entrega.
El tiempo nos atrapa con su brío
certero en el dolor o en el silencio,
conoce del azar y su misterio
en tanto nos invita al desafío.
El tiempo retador hace caminos,
espera del amor tierna conquista,
se goza misionero, optimista
y etéreo entre horizontes peregrinos.
El tiempo no se agota en lo vivido,
es sabio talismán que no claudica
y en medio del vacío fortifica
si esplende en el renuevo florecido.
El tiempo no enajena la sonrisa
y abraza con denuedo en el hastío.
Renace acrisolado en el estío
y el trino perpetuado de la brisa.
Aimée Granado Oreña ©
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