EL SEÑOR ES MI PASTOR, DALE TIEMPO A DIOS............PUES RECUERDA QUE VIVIMOS EN SU TIEMPO NO EN EL NUESTRO!!!

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El Señor es mi Pastor

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  • Juan Pablo II, pastor de la Iglesia Universal

Pastores eran los afortunados para ser los primeros en recibir la noticia:

 

El pueblo de Israel por siglos y siglos fue pueblo de pastores. Y no era extraño en el lenguaje, sino constante en la Santa Biblia, el tema de pastorear y la figura del pastor en sentido real y en símbolo o figura: “Nosotros somos pastores, tus siervos, desde nuestra infancia hasta hoy, y lo mismo fueron nuestros padres” (Gen 47, 3).

Pastores fueron Abel, y Moisés guardando el rebaño de su suegro Jetró. David era pastor y, ungido por el profeta Samuel, dejó de pastorear las ovejas de su padre para tomar la dignidad real y la encomienda de pastorear al pueblo de Israel.

     Pastores eran los afortunados para ser los primeros en recibir la noticia: “Ha nacido el Salvador en Belén, y lo encontrarán envuelto en pañales y recostado en un pesebre”.

     Y ese niño, ese recién nacido, será como anunció el profeta Ezequiel: “Recogeré las ovejas de en medio de las gentes, las reuniré de todas las naciones y las llevaré a su tierra y las apacentaré sobre los montes de Israel” (Ezequiel34, 23).

 

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     Cristo se da a sí mismo el nombre de Buen Pastor y manifiesta con su vida y su muerte el amor hasta el extremo de morir por sus ovejas. No hay amor más grande. “¡Me amó, se entregó por amor a mí!”, exclama San Pablo, y cada cristiano con toda verdad puede repetir la misma frase, porque Cristo Pastor conoce y ama a cada una de sus ovejas, y por todas y por cada una se entregó a la muerte.

 

     El rebaño se dispersa en el día en la cumbre de los montes, y llegada la tarde es conducido al aprisco para resguardarlo y se cierra la puerta.

     Por eso también el Maestro dijo: “Yo les aseguro que el que no entra por la puerta del redil de las ovejas, sino que salta por otro lado, es un ladrón, un bandido; pero el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. Yo soy la puerta”.

     El Maestro es la puerta por donde pasaron los patriarcas, los profetas, los apóstoles; la puerta por donde pasan los Papas, los obispos, los jefes de las comunidades, los pastores legítimos, a desempeñar el delicado en extremo y difícil oficio de ser pastores del pueblo de Dios, porque exige verdadero amor al prójimo, entrega y paciencia.

 

     En días pasados en la parroquia de Santa Teresita, de esta ciudad, la comunidad de los fieles dio gracias a Dios por setenta años de vida sacerdotal del padre Salvador Hernández Montaño.


     Como lo dice la carta a los Hebreos, todo sacerdote sacado del pueblo para el servicio del pueblo ha sentido el llamado, ha dado la respuesta valiente de aceptación, ha sido preparado en los cuidados del seminario, luego ungido e inmediatamente después enviado a servir. Como David fue ungido para pastorear al pueblo de Israel, al sacerdote le son señalados el redil y sus ovejas.



     Hace años terminó sus días en el tiempo el párroco de Yahualica, Don Ignacio Iñiguez. Durante décadas dejó a su paso el aroma de sus virtudes. Conoció a sus ovejas, las amó, se entregó a ellas y les consagró su vida. Las alimentó con el pan de los sacramentos y con la Divina Palabra; cuidó de los débiles, de los pequeños, buscó y recuperó a los descarriados, y estuvo siempre vigilante para liberarlo de los lobos feroces y rapaces.

Juan Pablo II, pastor de la Iglesia Universal

 

     Gran sorpresa fue para la multitud reunida en la Plaza de San Pedro, en Roma, el 2 de abril de 1978, cuando vieron elevarse a las alturas el humo blanco signo del “habemus papam”: los cardenales reunidos en cónclave eligieron nuevo Papa. Y la noticia conmovedora fue la elección de un cardenal polaco, ya no italiano como venía sucediendo desde hacía cuatrocientos años.

     Y salió al balcón para dar la primera bendición Urbe et Orbi --a la ciudad y al mundo-- el Cardenal Karol Jozef Wojtila, número 263 como sucesor de San Pedro apóstol, y tomó el nombre de Juan Pablo II.

 

     Pastor de los pastores, mayoral, con la tremenda responsabilidad ante el Pastor Supremo, Cristo, y ante los fieles católicos de todo el mundo y ante el mundo, de saber conducir hacia Dios a la grey universal dispersa por todo el globo.

     Este pastor tuvo sus propias singulares características, y fue notable su continuo ir en busca de las ovejas. Ciento catorce viajes apostólicos fuera de Italia, trescientas diecisiete visitas a las parroquias de su diócesis en Roma, e incansable en el oficio de la palabra para hacer llegar la Buena Nueva en letras impresas.

 

     Abundan las cifras de sus continuas actividades: consistorios, beatificaciones, canonizaciones, audiencias a millares de peregrinos, especial preocupación por los jóvenes, diálogo abierto con los judíos.

     Fue víctima de un atentado y llevó con fortaleza sus horas de dolor físico, así como los otros sufrimientos, con la cruz de pastor para ser, como su Señor Jesús, blanco de contradicción entre el amor y el odio. Fue pastor con grande solicitud por todas las iglesias, en veintiocho años, cinco meses y veinte días.

 

La Iglesia, por la persona de su sucesor Benedicto XVI, declaró a Juan Pablo II Beato. ¡Aleluya!
Señor, danos pastores según tu corazón

     El tema en estos días se reviste de dramática actualidad, por esa tendencia enfermiza de muchos de darle vuelo a lo negativo, a lo sucio; y es gozo de quienes no están limpios, traer y llevar el tema cuando se enteran de la existencia de malos pastores; hay críticas, censuras. Ninguna otra profesión suscita tantos comentarios, generalmente con mala intención y para mal, y luego surge la manía de generalizar.

 

     Sin embargo, por un árbol caído en el bosque, caído con estrépito, se hace escándalo; esos críticos no tienen ojos para contemplar los miles de árboles de pie, sacudidos por el viento y generosos en oxígeno y aromas.

     Así es la vida sacerdotal de hoy. A Dios gracias, hay muchos sacerdotes, con sus limitaciones si se quiere, pero entregados a su labor y que conocen, aman y sirven a las orejas de su redil.

 

     La Iglesia tiene un gran recurso: la oración, y todos los días se eleva la plegaria: “Señor, danos vocaciones. Señor queremos sacerdotes según tu corazón. Así serán buenos pastores y no mercenarios; pastores para estar cerca de las ovejas, sus feligreses, conocerlos, entender sus necesidades y sus problemas y asistirlos. En los barrios de la periferia de esta ciudad hay ejemplos de esos pastores, identificados plenamente con su pueblo y atentos aún en dolorosas circunstancias de drogadicción, de pandillas, de ignorancia y desempleo. Señor, danos sacerdotes según tu corazón”. 

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