Cae el telón
del último acto teatral,
la muchedumbre
comienza a aplaudir
la majestuosa
obra,
y
los actores
muestran gratitud;
al salir de nuevamente
al escenario.
Todo es risa y algarabía
en los camerinos
en la mayoría de los actores,
las miradas hostiles
de algunos compañeros
creando una rivalidad ficticia,
buscando alcanzar
un nuevo papel protagónico
en la nueva obra
que se
avecina.
Algunos han dejado
al director,
el rezumar en sus ojos,
sus aires,
de grandeza
bañadas en sangre azul
que corren
por sus venas
y
gritan los cuatro vientos
que somos
merecedores
del nuevo rol
estelar.
La desilusión
toma un nuevo presagio
entre maquillajes, vestiduras
y
los actores
se vuelven frágiles
con los rayos
del sol
por tanta
habladuría.
Arde el escenario
la envidia, el odio
y el desasosiego
crecen fuertemente,
y
comienza los ataques personales,
como si se tratara
de una batalla de poder,
de las guerras de las galaxias.
Los actores
primogénitos
reclaman
su tiempo perdido,
se amarran
con cadenas
de oro
al escenario,
las auras
desafortdamente
se empañan
con lágrimas, sudor
y
dolor
en sus almas.
El publico no se explica
el temor
de los actores
principales,
las personas en la calle
lamentan
la discordia
entre los hijos de Dios,
y algunos protagonistas
se preguntan :
¿quién llego primero,
tendrá más derecho a ser el elegido?
Todos somos protagonistas
del mundo
en que vivimos,
debemos ser felices
en cualquier parte de la tierra,
las guerras no conducen a ningún lado,
las diferencias
tampoco conducen a nada,
las rúas las bloquea el hombre
para crear murallas
y
en cualquier rincón de nuestro planeta
la humanidad
debe portal
la bandera blanca,
llevar el mensaje
de la paz
porque
todos somos
hermano,
hijos de Dios
y
nuestro
gran escenario
es el
planeta tierra.
Santos M. González
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