Corrían lentamente las manecillas del reloj, marcando las 8:30 de la mañana, mis ojos fijos en la esfera del mismo, devolvía en forma distorsionada mi imagen, el tic-tac se acentuaba, mientras terminaba rápidamente de buscar un fajo de desordenados papeles con mis escritos, para llevarlos al encuentro que tendría esa tarde con dos grandes poetisas, las cuales compartirían conmigo una serie de experiencias literarias.

Salí presuroso a la calle dada la hora, lleno de optimismo y con las esperanzas renovadas, satisfecho de saber que esa misma tarde conocería a una poetisa de otras tierras, lo que me hacía sentir especialmente un sentimiento de aprehensión y cierta vulnerabilidad, pues pocas veces tenia semejante oportunidad, asimismo estaba otra gran poetisa merideña, reconocida a nivel internacional, simplemente las manos me sudaban de ansiedad, de esa forma y con sentimientos enredados me dirigí a conocer a estas dos grandes mujeres: Carmen Amaralis Vega  Y Mireya Krispin.

Después de una larga espera de más de 40 minutos, al fin logre tomar el transporte que me llevaría a la ciudad de Mérida, estaba sudando por el sol y un tanto molesto por la larga espera, mas sin embargo confortado al saber que ya iba en camino, ya fuera del sector Las González, me sentí un poco más tranquilo, mentalmente iba trazando el recorrido y el tiempo a utilizar hasta la población de Tabay donde se me esperaba, calculaba que holgadamente estaría allí alrededor de las 11 de la mañana, pensaba que palabras utilizaría, cuales temas abordaría, en fin me preparaba como un soldado al estudiar el campo de batalla, no habían ya dudas y sabía perfectamente en qué lugar debería quedarme a esperar  fuera n a buscarme, todo gracias a los detalles que constantemente me entrego Mireya Krispin.

Al llegar a la población de Ejido encontré algo de tráfico, pensé que luego de pasar el semáforo del sector Centenario todo volvería a la normalidad.

Efectivamente tuve razón, el viaje retomo su normal ritmo, respire con calma y trate de acomodarme un poco en el asiento, veía a través de la ventana el paisaje que me regalaba el Pico Bolívar, el vaivén de la gente caminando en todas direcciones, un pero famélico que fielmente seguía al borrachito, quien presuroso ocultaba la botella ya triste y gastada en uno de los bolsillos desgarbados del pantalón.

Al llegar a la altura de Alto Chama mi pecho empezó a latir aceleradamente, y mis nervios se crisparon al divisar la descomunal fila de carros que semejaban esclavos con su cabeza gacha, esperando la orden de seguir avanzando uno tras otro entre luces rojas y verdes.

Transcurría el tiempo, lento, pesaroso cual gato al estirarse por su pesadez, revisaba cada instante el reloj con desespero, como si ello me ayudara a descongestionar el duro tráfico,

Al final sin opciones me abandone a la espera, entre mi frustración y mi rabia, estaba atado de manos hasta llegar al centro de Mérida.

El tiempo pasaba con desparpajo, me parecía tener días desde que salí de Las González, al llegar a la altura de la Plaza Glorias Patrias, ya la desesperación me consumía, opte por bajar del transporte, sentí el sol en mi rostro y la brisa en mi frente, respire profundamente y empecé a andar hasta el centro de Mérida, con grandes zancadas cubrí la veintena de cuadras que me separaban de la parada  de transportes hacia Tabay.

Recordé a Homero y su Odisea, a Jasón con sus argonautas  y aquel viaje de apenas 40 minutos se convirtió en una pesadilla de tres horas.

Al fin sudoroso, cansado, un tanto desaliñado y la gorra húmeda de sudor, logre tomar el vehículo que me llevaría, envié varios mensajes por el móvil Mireya Krispin, pidiendo mil disculpas por la tardanza e informando al mismo tiempo de mi ubicación.

Ya saliendo de Mérida, tomando la ruta del Páramo, me sentí más relajado, al llegar al sitio indicado, volví a informar  Mireya Krispin con satisfacción que había llegado, me indicó que esperara unos minutos para buscarme sin embargo tome la iniciativa y empecé a caminar por una calle empinada que arrancaba el crujir de mis viejos huesos, en un momento dado me encontré frente a una bifurcación, dos caminos uno a la derecha y otro a la izquierda, por un instante titubeé pues olvide cual era el que se me había indicado, solo atine a recordar el nombre de la casa donde me esperaban: “ la pradera del cielo” , dudaba qué camino seguir no se veía a nadie por todo ese lugar, hasta que de pronto apareció una señora de edad indefinida, de amplias faldas y ropa de trabajo, sabía que no estaba lejos de mi destino, resuelto me acerque a elle y le pregunte: “ buenas tardes señora no soy de por aquí, podría decirme donde queda una casa que se llama la pradera del cielo? “,   era ella la única persona en la zona, la señora de dulce rostro, me veía acuciosamente y e irónicamente me hizo señas que era muda y siguió su camino, al momento no sabía si estaba sorprendido o frustrado aunque al mismo tiempo  me causo gracia este giro inesperado.

Al resolver tomar uno de los caminos, cual ángel de salvación apareció Mireya Krispin en su auto, regalándome una luminosa sonrisa mientras decía: “estabas bastante cerca no viste el letrero con el nombre de la casa?  Quede un tanto sorprendido al volver la vista, allí estaba el letrero que burlonamente me observaba mientras yo leía: “la pradera del cielo”, me sentí miserable y como un verdadero idiota.

Subí al carro y dimos la vuelta, en un santiamén estábamos a las puertas de tan magnifica morada, entramos y  allí de pie frente a mí se hallaba Carmen Amaralis Vega, con su amplia y fresca sonrisa, extendiéndome sus brazos se acercó a mi obsequiándome un caluroso beso en la mejilla, mientras que en el más correcto y perfecto inglés que se pueda recordar del bachillerato, le daba la bienvenida  Venezuela, a Mérida y al corazón de los poetas de esta tierra, he de suponer que fue buena mi pronunciación ya que solo esbozo una sonrisa dándome las gracias.

Nos acomodamos en el mini bar en la sala mientras reíamos y conversábamos, quede extasiado ante la habitación amplia y acogedora matizada en la parte posterior de una gran biblioteca donde yacían mil pensamientos impresos, mi palabras escritas, mil letras de sabiduría, fotos de Mireya junto a personajes de la talla de Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez y otros, de verdad quede sorprendido y atónito ante esta revelación  y en la parte frontal un cristal como pared que dejaba ver las montañas en toda su desnudez  el centro tapizado de cómodos muebles y la sensación de paz, tranquilidad, amor, alegría y energías altamente positivas, fue así como entendí perfectamente y en toda su dimensión el nombre de ese maravilloso hogar: “la pradera del cielo”.

Así al calor de anécdotas, cigarrillos, tragos de ron cantos y un gran repertorio de declamaciones, poemas de todo género, llegaron otras personas que se incorporaban inmediatamente a este maravilloso viaje, y así nos  fuimos  por el maravilloso universo de las letras de la amistad, el encuentro,  lo demás…… es otra historia.

 

Luis Guillermo Villasana

 

 

 

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Comentario

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PLUMA MARFIL
Comentario de Carlos Eduardo LAmas Cardoso el julio 29, 2013 a las 4:15pm

Luis Guillermo,

Que maravilloso encuentro... Felicidades!

Saludos y bendiciones!

Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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