Dudas razonables
Abatida por el cansancio de noches pasadas, mi entendimiento se niega a encontrar una luz de esperanza, aquella que te mantiene con vida a pesar de que las propias circunstancias de la vida te lleven a pensar que nuestro actuar diario está destinado a la búsqueda de aquellas verdades que atormentan la razón en forma frecuente.
Sentada al alero de la parada de autobús, mi mente me hace viajar, eternamente, al mismo lugar y ver las
mismas escenas una y mil veces. Escenas que se repiten en mi mente con claridad diáfana, intento encontrar los detalles, las pinceladas, los matices y colores que den forma y sustancia a las imágenes que mis ojos, incrédulos, se negaban a ver, pequeñas aristas y fragmentos que hagan encontrar respuestas a los ¿Por qué? a los ¿Cómo? ¿En qué momento pasó? y yo tan ciega no puede ver. Quizás no quise creer lo que era innegable, lo que mis oídos escuchaban a viva voz, pero la cordura y sensatez entreabrió un brillo directo hacia el entendimiento y pude comprender una de las verdades más escabrosas y brutales que he tenido que vivir.
No se trata de amores y desamores, ni de apegos y olvidos, ni de aquellos cariños que quedan en el camino del existir individual. Esto, simplemente, trata de las verdades, esas que hacen dar un grito ensordecedor y dices… ¡No! Luego, recuerdas el primer hogar y lo que aprendiste en él; los valores de vida que te vieron crecer, los sientes en todos los poros de tu cuerpo cuando expiras el aire de cada suspiro. Se trata de valores morales y éticos, aquellos que no te permiten callar cuando descubres acciones y reacciones de seres que son incapaces de vivir sus vidas al amparo de valores humanos e infringen y aplastan los valores de otros seres quedando absueltos por sus propias faltas.
Pensé, en mi desesperación, que era un mal ser humano, un ser sin suerte destinada a sufrir, eternamente, los embates de la vida, intentaba castigarme por no haber abierto los ojos mucho antes y haber evitado que seres inocentes sufrieran por mi ceguera. Pero nunca es tarde, lo trascendental es hacer las cosas bien, hacer lo que nuestra consciencia nos dicta en base a los valores morales que rigen el actuar de cada individuo.
El juicio, una farsa, un desastre, una verdadera calamidad, al final, casi fui juzgada por inducir a la mentira y el engaño. Yo, un ser vil, falso, embustero y mentiroso, fui capaz de urdir un plan siniestro en contra de una persona, indudablemente respetable, humana y bondadosa, ejemplo de honestidad y moral ante la sociedad. Lo he acusado, calumniado y llevado al banquillo de los acusados con un fin netamente financiero.
El abuelo paterno ha sido eximido de toda falta y pecado, quedando yo, como única culpable de toda esta sucia intriga. Estos fueron los descargos que utilizó la defensa para liberar al disoluto abusador de mi hija. Muchos dicen que el dinero no lo compra todo, pero en éste caso, compró la inocencia y la libertad de un violador.
Ha sido una semana tremendamente difícil, angustiosa, muy próxima a la muerte por el dolor y la impotencia de ver y comprender que las leyes han sido diseñadas y creadas por hombres para su conveniencia y beneficio, no para preservar y hacer valer los derechos de cada ciudadano.
Ahora, más calmada, pienso en aquella frase que resuena en mi mente a cada instante… “Dudas razonables”.
¿Pero qué duda puede caber cuando los hechos están a la vista de cualquier ciego?
Cecill Scott.
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