Invitado fue abogado a una boda cierto día, no estaba cerca del prado del lugar donde vivía. Púsose el genial jurista a caminar hasta allí y en la calzada dio vista a una canasta de peras; lo digo porque lo vi. No se había desayunado el pobre jurisconsulto y quería vaciar el bulto para llenar lo ayunado. Pero razonó el muy sabio: Si me como estas frutotas me quedo sin las ganotas de engordarme sin resabio. Le dio una patada al cesto de las peras muy jugosas, aunque estaban muy sabrosas arrojó peras al lodo. Siguió andando y caminando y vio un arroyo cantando que estaba muy lleno y todo. Esto se debía a las aguas de un torrencial aguacero que quitaba las enaguas de las mujeres, primero. Se había llevado hasta el puente que permitía bien cruzar a la gente ese lugar sobre el escuálido afluente. El picapleitos no vio ningún barquito pequeño ni siquiera un extremeño, que ninguno apareció. Sobre sus pasos volvió con un hambre tan atroz, parecía un lobo feroz de un hambre tan atrasada que se veía enamorada del estómago hecho hoz. Sin embargo, sino bueno hizo que viera las peras, recubiertas de vil cieno pero llenas de relleno como las buenas esperas. Las limpió del mejor modo, se las comió a tu sabor; gracias mil, mi buen lector, por si en algo te incomodo pues hay que usar bien lo que tienes para no pasar trabajo por dejar como cascajo lo útil en los andenes.
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