DE CUANDO ME FUI SOLA A TOKIO
Imagínense como ustedes se sentirían al responder a un llamado interno de lo profundo de sus almas y echar a volar para llegar a un país tan extraño a tu cultura, con un idioma tan diferente al tuyo, y con un sentido del humor indescifrable.
Pues así me sentí yo al llegar solita a Tokio siendo muy joven. Las calles eran interminables, nunca se veía un ser vivo en las ventanas de aquellos edificios sin pintar cubiertos de un musgo verdoso oscuro que daban la impresión de una extraña pobreza que no existía.
Esa cultura no aceptaba a una mujer en jeans que caminaba sola para asistir a un kabuki , o simplemente se sentaba en el suelo de alguna escalinata para mirar a la gente pasar en las plazas, entrar a los templos o simplemente tratar de comer los sushis que rodaban por el suelo al usar sus palitos, y sin ninguna pena los recogía y comía con delicias.
Cómo se hubieran sentido ustedes si al llegar al lugar donde trabajarías por un año de tu valiosa vida, encontrara que serías la única mujer en medio de un tumulto de 700 hombres científicos en un edificio que no tenía sanitarios para el uso de mujeres, pues hasta que les llegué yo, no habían mujeres pululando por los laboratorios intentando hacerme entender entre mi muy pobre japonés aprendido en un sistema Berlitz de japonés comercial para hombres y mi inglés, muy difícil de entender por ellos.
De sobresalto en sobresalto me fui adaptando y aprendí a vivir con ellos, que constantemente olvidaban que yo era mujer y terminé tomando saquí .hasta olvidar mi identidad. No cambiaría ese año por ningún oro del mundo. Supe que ser mujer no me impedía mostrar la creatividad que esconde mi mente. Y regresé a mi isla vestida de kimono caminando en pasitos cortos, lista para afrontar cualquier otro reto.
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Carmen Amaralis Vega Oivencia
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