Emergió la aurora por mi ventana,

  el dulce trinar de las aves,

me arrullaba el alma,

amorosa me visitó la alborada

sin saber porque,

escuché el susurro de las olas,

como queriéndome decir,

que la soledad no es amarga.

 En medio de mi orfandad,

percibí al viento entonar,

una dulce canción de amor,

y al sol delicadamente

 besar mi cara.

Una tierna alegría cabalgó sobre

 mi cama,

mientras una divina melodía,

 descendía del cielo,

que primorosamente,

me confortaba el alma

y en ese justo momento

 percibí de nuevo,

que Dios me amaba.

 

 

 

 

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