Iba Matilde a la escuela,  mientras caminaba  por calles llenas de médano, en pleno corazón del llano, sin aguantar la tentación de detenerse de tramo en tramo, para recoger hicacos de arbustos frondosos. Cursaba el cuarto grado, la acompañaban sus dos hermanos. Era un pueblito rodeado de garzas blancas y corocoras, de lagunas encantadas como la de Las Mujeres, con patos silvestres nadando, entre tupidos follajes que le brindaban al paisaje, una belleza increíble.

Así transcurría  su vida, entre estudios y juegos inocentes, donde ella era la mamá, Johnny el papá,  y los otros hermanos, los hijos, tal vez copiando el patrón de su hogar y los oficios que realizaba su  progenitora.
Tenían un rancho en el patio, donde cocinaban lo que se llevaban de la alacena. Allí compartían, se bañaban con una manguera introducida dentro de un pote al que le hacían huecos con un clavo para convertirla en la regadera, en fin, eran ¡tan felices!
Su padre era ecónomo en una compañía que construía carreteras y por eso viajaban y se mudaban mucho, cuestión que agradaba a Matilde y que forjó en ella un espíritu aventurero.
Cuando llegaba su tía Hilda, hacia su maleta y se iba  con ella a Caracas. Allí estudiaba un grado de primaria  y luego, otro en diferente población.

Así estuvieron,  hasta que cursaba el sexto grado, cuando  la mandaron a llamar urgente de la capital porque se iban para las tierras andinas de donde era su mamá. No sabía la causa de ese viaje tan repentino. Igual iba emocionada aunque con mucho susto porque  la carretera era angosta con tantos precipicios que la obligaban acostarse en el piso de la camioneta.
Cuando llegaron de noche a la ciudad de Valera, empezaron a buscar la dirección de las hermanas de su mami. Al fin dieron con una de ellas  llamada Altagracia y se alojaron esa noche mientras conseguían una vivienda para alquilar. El encuentro fue emocionante, duraban tantos años sin verse que sabe Dios cuántas cosas tenían por contarse, Se anexó la hermana Chinca y todo fue un jolgorio hasta el amanecer.
Matilde estaba asombrada por la forma como hablaban. Era un dialecto diferente al que estaban acostumbrados. Uno de los primos se cayó y vino la mayor  a decirle Altagracia: -Mamá se cayó el chiche y se hizo un ¡chichote!  A lo que la tía contestó: -¡Échele agüita! Matilde no aguantaba la risa, pero disimulaba.

Consiguieron una casa  alquilada de alguien que formaba parte lejana de la familia. Era cómoda, espaciosa, sencilla, con un gran patio. Todo  era alegría y sorpresas, encuentros, visitas, paseos, nuevas y gratas vivencias. 
Las hermanas de Antonia, que así se llamaba su mamá,  empezaron con la preguntadera y aconsejadera… y ¿Matilde no sabe aún la verdad?, tenías que habérselo dicho desde hace tiempo. ¡Ella tiene derecho a saberlo!

Tantas fue la insistencia, que un día David, su padre, la llamó y le dijo, siéntese aquí que vamos a conversar… Lo que quiero decirle es algo que hemos tenido en secreto y ya es hora de  que lo sepa… Usted no es hija nuestra… y antes de captar el mensaje que escucharon sus oídos, éste prosiguió…un día gris y frío alguien dejó un canastito en nuestra puerta, y allí dentro, envuelta en unas mantas lloraba un pequeño retoño…no salimos de la sorpresa, pero rápidamente nos ocupamos de arroparla y alimentarla, pues de una hermosa niña se trataba, sin dudarlo la llamamos Matilde, a consejos del abuelo Frank, alemán de nacimiento, pues no explicó el significado del nombre propuesto, “guerrera y valiente”, y todos aprobamos su iniciativa; con el tiempo fuiste una más de la familia, todos te cuidamos, y el tiempo pasó…


Matilde, con los ojos cargados de lágrimas, alcanzó a balbucear… pero…no puede ser…entonces no soy de la familia…salió corriendo al patio se tiró al suelo y empezó a llorar como nunca, se sentía triste, asombrada, se preguntaba internamente tantas cosas, aunque nunca había notado diferencia alguna en relación al trato, más bien era consentida por ser la única hembra.

Las tías estaban satisfechas, en el fondo; las entusiasmaba el haber revuelto el avispero al descubrir  un secreto  guardado por tantos años, cuestión que no debe ocurrir porque los derechos del niño, se violan sin más intención que evitar una decepción. Lo aconsejable es ir diciendo la verdad desde la más tierna edad y se incurre en este error por el mismo amor  que se siente hacia la criatura para la cual no se ha puesto reparo  ni obstáculos para levantarla, formarla y educarla.

Así que entre las clases, el compartir con la familia, las nuevas amistades, colegio y maestra, se fue disipando la tristeza, todo se convirtió en la fuerza de costumbre por la sana, alegre y armónica convivencia en ese hogar tan feliz.

Y una tarde, Matilde junto con sus hermanos y primitos jugaba en la plaza del pueblo, era un día festivo, muchas familias con sus hijos colmaban el lugar, los vendedores ambulantes ofrecían, a toda voz, sus mercancías, para conseguir la atención de mayor cantidad de clientes.

Una señora sentada en uno de los bancos que rodeaban el predio de los juegos, observaba a los pequeños diablillos que correteaban, sus risas y gritos inundaban el ambiente de fiesta; sus ojos se centraban en una niña, ella la atraía en particular, sintió necesidad de acercarse, tocarla, hablarle, abrazarla y besarla; pero una fuerza interior se lo impedía, lagrimas brotaron de su ojos, un frío cubrió todo su cuerpo, aunque gozaba estar allí y verla, prefería esfumarse y desaparecer, no podía soportar el dolor, la impotencia.

Una pelota rodó y quedó trabada bajo el banco donde estaba, dos niñas corrieron y se acercaron para recogerla, una de ellas, la miró en los ojos y mientras se agachaba para recuperar la pelota, le dijo: ¿por qué llora, señora, se siente mal?-
Quiso responder, no obstante, las palabras agolpadas en su boca, no lograron salir, aquello era demasiado, se levantó, y a pasos acelerados se alejó de allí, perdiéndose en el público.

Matilde sosteniendo la pelota le dice a su amiga Juanita, -¿Le viste la cara a esa señora, estaba triste, lloraba, pobrecita, quién sabe por qué?,  bueno… vamos a seguir con el juego, todos nos esperan.

Todo esto demuestra que las acciones indebidas se pagan con el castigo del cargo de conciencia, los sentimientos de culpa, la intranquilidad emocional y que el verdadero padre es el que cría, no solamente, el que engendra.

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AUTORES

Trina Mercedes Leé Montilla de Hidalgo/ Q.E.P.D. (Venezuela)

Beto Brom (Israel)

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*Registrado/Safecreative

*Imagen de la Web con texto anexado


 

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Comentario

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PLUMA ÁUREA
Comentario de Beto Brom el noviembre 18, 2021 a las 2:52am

Querida ROSA, un gustazo recibir tus huellas.

Gracias mil

Van abrazotes


PLUMA MARFIL
Comentario de Rosa Elizabeth Chacón León el noviembre 17, 2021 a las 8:24pm

Hermoso relato. La verdad siempre sale a flote pero es dura y dolorosa para los que estan fuera porque no pueden entrar en el mundo de los ninios que negaron y se lamentan su mal proceder.

Un placer leerlos. 

Trina Mercedes Leé Montilla de Hidalgo/ Q.E.P.D. (Venezuela)

Beto Brom (Israel)


PLUMA ÁUREA
Comentario de Beto Brom el noviembre 13, 2021 a las 5:30am

Gustazo recibir vuestras huellas queridos amigazos...

BENJAMÍN   LUCÍA   ARMANDO

Comentario de Armando Acuña el noviembre 12, 2021 a las 10:21am

Excelente relato, cuanta verdad ahí en el
Mis felicitaciones a ambos
Un abrazo


PLUMA ÁUREA
Comentario de Benjamín Adolfo Araujo Mondragón el noviembre 12, 2021 a las 9:43am

¡Muy buen relato de la querida Trina y tuyo Beto!


PLUMA MARFIL
Comentario de LUCÍA GÓMEZ el noviembre 11, 2021 a las 1:28pm

Así es; la paternidad está dada por la voluntad de ser un buen padre, aunque el hijo que se cría, no lleve la sangre del que vela y se sacrifica por criar un buen ser humano. Excelente relato. Felicitaciones para los dos autores. 

Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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