CHIVO PERDIDO, CHIVO COMIDO.

A las faldas del Cerro frío, en el bello estado de Morelos, se encuentra un pueblito llamado Tilzapotla, lugar de zapotes, aunque en realidad, creo que nunca vi zapotes por ahí. Es un pueblo pequeño, con calles de tierra y casitas hechas de varitas de carrizo resanadas con barro y techos de palma. Cada una de ellas, tiene su buen tecorral, que divide las propiedades y mantiene dentro del terreno a los animalitos; puercos, vacas, gallinas, caballos, burros y chivos, entre otros.

La economía de las familias se basa en la producción del campo. La siembra es la actividad principal de la mayoría de los jefes de familia; calabaza dulce, maíz, frijol, y árboles de diversos y sabrosos frutos como la anona, mango, naranja y limón. Otro medio de conseguir ingresos es la cría de animales. Algunas familias tratan de mejorar su economía mediante la venta de diferentes especies, desde aves y hasta ganado. Es así como conoceremos esta historia, ocurrida en ese bello pueblito hace ya muchos años. Sentados a la sombra de un frondoso árbol de huamúchil, Lupe y Mateo descansaban tranquilamente. El sol de la mañana caía intenso y los amigos reían de sus ocurrencias infantiles. A sus pocos años, eran los chiveros de sus respectivas familias.

Cada día, se reunían temprano y arriaban a sus chivos hasta ese enorme pastizal, donde además de ellos, algunos otros chiveros traían a pastar sus chivos. Generalmente permanecían ahí hasta media tarde. Los chivos eran bastantes y se mezclaban ente ellos, cosa que a los chiquillos no les preocupaba, ya que al regresar al pueblo, cada chivo se iba con su dueño, quién con solo al abrir la tranca los animalitos corrían hacía adentro, reconociendo su querencia. Aquella tarde, entre las ocurrencias propias de su inocencia, Mateo sugirió comerse un chivito asado. Lupe declinó de inmediato la atractiva proposición, porque sabía bien que los chivos eran intocables para ellos, ya que eran parte importante del sustento de la familia. Mateo, insistía diciendo que eran muchos chivos y que seguramente no lo notarían sus padres. Para probarlo, él mismo pondría uno de sus chivos, con la condición de que a la semana siguiente se comieran uno de los chivitos de Lupe. Finalmente ambos estuvieron de acuerdo.

Esa tarde, los dos amigos regresaron a sus respectivas casas con la barriga bien cargada. Los tlascales de maíz y piloncillo y los tacos paseados de huevo en salsa de chile guajillo solo habían sido el aperitivo. El chivito asado, de tiernas y jugosas carnes, había resultado ser toda una comida de fiesta patronal.

Después de guardar los chivos en el corral, Lupe se dirigió a la cocina y tomó un poco de agua fresca del cántaro. Su mamá entró y le acarició el cabello, sabiendo lo pesado que era para su pequeño hijo el hacerse cargo de los chivos día a día. El olor a memelas recién hechas despertó a Lupe. Al levantarse vio a su mamá preparándolas. Él nunca dejaba de asombrarse de la gran actividad de Doña Ernestina. Cada mañana, o madrugada para ser precisos, se levantaba y preparaba los itacates de su marido y de él, qué eran los que salían de casa. Todas las mañana era para ella el mismo ritual. Despertarse a las cuatro de la mañana, poner a hervir el nixtamal, molerlo en el metate para que finalmente la masa quedase lista, y preparar las siempre sabrosas memelitas. El ver a su madre ahí, hincada frente al metate y a un lado del comal, le inspiraba tratar de ser mejor cada día. Se decía a si mismo que algún día él le daría a ella lo que necesitara, ya que era consciente de su diario sacrificio para ayudar a la familia.

De pronto, sintió un gran remordimiento. Saber que tendría que sacrificar a uno de sus chivitos para poder cumplir el trato con su amigo, le causaba sentimientos encontrados. Sin embargo, a su poca edad su palabra valía, así que le era imposible ahora decir que no.

Los días fueron pasando. Las mañanas eran un tanto frías en su querido pueblo y algunas lloviznas matutinas ya se hacían presentes dejando en el aire ese maravilloso olor a tierra mojada. Los chivos ocupaban gran parte de su tiempo y en su mente persistía la inquietud de comerse o no comerse el chivito. Pero como no hay fecha que no se cumpla, el día del magno festín llegó. Ambos amigos, comieron muy temprano sus almuerzos, sabiendo que por la tarde, se embuchacarían un sabroso chivito. La boca se les hacía agua mientras esperaban el momento.

A la una de la tarde, finalmente decidieron que el hambre y el antojo no podían esperar más. Seleccionaron un chivito y sin pensarlo mucho, lo prepararon para ponerlo a asar.

Si el chivo anterior les supo sabroso, este les supo mucho mejor. Como sabían de antemano que lo comerían, llegaron preparados con una buena salsa de molcajete y su buena cantidad de tortillas. Después de dejar el chivo en huesos, y de la misma manera que lo hicieron la ocasión anterior, los restos de su comida, piel cabeza, tripas y huesos, fueron enterrados para borrar la prueba de su delicioso delito.

El regreso al pueblo lo hicieron como de costumbre y llegaron sin novedad. Una vez que los chivos se encontraron en el corral, Lupe entró a la cocina y se sirvió una jícara completa de agua fresca. Dispuesto a descansar un rato, se tendió cual largo era en la hamaca. El sueño comenzaba a envolverlo y sus ojos ya iniciaban a cerrarse, cuando escucho la voz de su mamá diciendo:

-Lupe, ¿Y el chivito pinto?-

De pronto, sintió que el chivo le pataleaba dentro de la barriga y se levantó como de rayo para contestar inocentemente:

-¿Cuál chivito ma?-

-El chivito pinto hijo de la chiva grande, la negrita- dijo Doña Ernestina con calma.

-Ahí debe de estar, en el corral, junto con todos los demás- contestó él mientras sudaba copiosamente.

-Haber, venga para acá, vamos a buscarlo-

Súbitamente Lupe sintió que el chivo le había caído mal, y antes de ir con su mamá tuvo la imperiosa necesidad de ir atrás de las piedras grandes a hacer lo que el susto le había provocado. En la soledad de su escondite temporal, pensó en mil y una escusas para justificar la ausencia del chivo perdido. A pesar de que sabía que ninguna sería lo suficientemente lógica, trataría de convencer a su mamá de que el chivo andaba por ahí. Salió ajustándose los pantalones y con cara de inocencia se presentó con su mamá, que ya lo esperaba inquieta. Metiéndose al corral, comenzó con calma a buscar el famoso chivo pintito. Después de algunos minutos, finalmente le dijo a su mamá: -Tal vez se haya ido con los chivos de Mateo-

-Vaya pues a buscarlo a la casa de Mateo y me lo trae- le contestó su mamá.

Lupe salió sin saber exactamente qué hacer, por lo cual se dedicó a dar vueltas por ahí tratando simplemente de hacer algo de tiempo. Al regresar a su casa y ver a su mamá parada en la entrada con mucha seriedad, pensó en decirle la verdad sobre lo ocurrido, pero lo primero que pudo pronunciar fue:

-No estaba con los chivos de Mateo, tal vez se fue entre los chivos de tío Marga-

Su mamá, haciendo un gran esfuerzo para conservar la calma, le dijo nuevamente:

-Vaya pues a la casa de tío Marga, y me trae el chivo-

Lupe salió con toda calma de su casa, pero esta vez, tal como le había dicho a su mamá, se dirigió a casa de Tío Marga y le pidió permiso para revisar los chivos. El viejo sonrió y accedió sin poner traba alguna. Después de algunos minutos dentro del corral, salió y después de agradecer dio las buenas noches y se retiró.

Cuando llegaba a su casa, la tarde estaba pardeando. Algunas estrellas comenzaban a brillar en el cielo y el frío bajaba con un viento suave, pero para él, parecían vientos de tempestad, con rayos y truenos incluidos.

Al entrar a su casa, el grito de ¡Mamá! se quedó ahogado en su garganta al ver a su papá esperándolo sentado en su silla favorita del comedor. Mientras comía su plato de queso asado en salsa de chile verde, pregunto a Lupe:

-¿Así que se perdió un chivo?- dijo con una ronca y seria voz.

-Ha de estar revuelto con otros chivos- contestó Lupe, rascándose la cabeza.

-Pero no lo has encontrado- le dijo su papá.

-Mañana, con la claridad del día, seguramente lo encontraré- contestó el chiquillo.

Don Liborio, era un hombre de dos metros de estatura. Sus ojos azules reflejaban siempre una bondad infinita. Lupe pocas veces lo había visto enojado, y eso era solo cuando él y su hermano menor Maurilio molestaban a la "Milonga", su hermana.

Haciendo a un lado su comida, Don Liborio se levantó y tomó a Lupe del brazo para llevarlo al patio, cerca del corral de los chivos. Ahí, le dijo:

-¿No será el chivo que se comieron Mateo y tú junto a la barranca? Lupe no contesto, solo pensó "Porqué si ya sabía mi padre que me lo había comido, me manda a buscarlo" Ante la nula respuesta de Lupe, Don Liborio tomó la reata y le acomodó tres buenos azotes en las tepalcuanas. Ante el dolor, Lupe rompió en llanto, dolido más que por los golpes, por haber ido a buscar un chivo que ya sabían que se había comido.

Don Liborio, amorosamente lo llevo nuevamente a casa y lo sentó en sus piernas para decirle:

-Estos reatazos no son porqué te hayas comido al chivo, finalmente son de la familia y para eso están. Te pego porque le has mentido a tu mamá y a mí, y eso hijo, no está bien.

A la mañana siguiente, mientras Mateo se sentaba a la sombra del huamúchil, Lupe prefería mantenerse de pie.

Carlos Eduardo Lamas Cardoso.

México.

Derechos reservados.

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Comentario

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PLUMA MARFIL
Comentario de Ma. Adiela Londoño de Cppete el marzo 29, 2016 a las 12:44pm

Comentario de SENDA el marzo 29, 2016 a las 5:17am

Comentario de J.Jesús Ibarra Rodríguez el marzo 28, 2016 a las 9:06pm

Gracias por compartir tu texto, que atrapa por su contenido que llama a la reflexión.

Felicitaciones.


PLUMA MARFIL
Comentario de Carlos Eduardo LAmas Cardoso el marzo 28, 2016 a las 4:48pm

María Beatriz,

Gracias por tu visita y tu amable comentario.

Saludos y bendiciones.


PLUMA MARFIL
Comentario de Carlos Eduardo LAmas Cardoso el marzo 28, 2016 a las 4:45pm

Elías,

Gracias por tu bello detalle .

Saludos y bendiciones.

Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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