Caminando.

Al paso de los años he construido lenta y dolorosamente mi camino.

Hundí mis pies en el fango para poder seguir la penosa marcha hacía las pequeñas cimas que fui conquistando. Pisé el suelo con las plantas de mis pies bañadas en la sangre que con cada paso se escurría de mí ser.

Aprendí a levantarme de caídas; a lavar y sanar mis heridas. A esperar los tiempos justos para continuar la marcha a mí destino.

El sol ha sido compañero implacable en mis jornadas. A veces con todo su peso en mi cabeza y a veces, muy tenue, como compadeciéndose de mis andanzas.

He sentido la lluvia mojarme los huesos; y ha calmado mi sed el agua del cielo.

He sido robado muchas veces de las pocas pertenencias con qué cargo. Pero sé que lo material no importa tanto como la vida misma.

He visto los paisajes más hermosos que Dios pintó para nosotros. He disfrutado los colores de las flores y me he bañado en sus perfumes. Me he bañado con las aguas más limpias de las cascadas más bellas.

Me he convertido en un hombre a base del duro y lento aprendizaje de andar en los caminos, caminando, caminando…

Mis pies siguen la marcha. No importa lo duro ni lo sinuoso. No importan las subidas ni los árboles caídos. Hay que andar y seguir andando porque nuestra vida sigue, moviéndose al compas del segundero del reloj.

Por algunos rumbos he encontrado otros caminantes, sentados o tendidos, cansados y extenuados de los miles y miles de pasos que han dado. Esos se han conformado con llegar ahí, donde se quedan descansando y tratando de recuperar el aliento. Algunos continúan, los más se quedan ahí simplemente esperando.

Otros me han rebasado con ágiles pasos, firmes y continuos. Por algún tiempo se me pierden por las veredas pero finalmente los miro. A algunos ya tendidos y al borde de sus despedidas; y a otros a punto de sentir que les explota el corazón. Para ellos en su camino no hay más veredas.

Pocos son los que han entendido que esta caminata por la vida es un paseo multicolor. Un recorrido donde Dios nos da la oportunidad de saber quiénes somos. No es una carrera, pero si hay obstáculos; y cada quién los va librando en la forma que más correcto les parezca.

En cualquier punto podemos voltear atrás y ver lo que vamos dejando. Los años, la familia, los amigos, enemigos. A veces dejamos sembrados jardines de mágicas flores; a veces sembramos solo odios y rencores.

Pero cada cual camina a su paso. Algunos de prisa y algunos despacio. Todos queriendo llegar a destino, la meta gloriosa donde termina el camino.

En mis años he volteado algunas veces a ver las veredas por la que he caminado. He visto pañuelos en blanco agitarse a lo lejos. Son las almas hermosas de los seres que dejo.

Tal vez este día atraviese la meta. Tal vez ahora solo me encuentre a mitad del camino. Seguiré caminando con mis pasos seguros. Cuando paren mis piernas, ese día moriré.

Carlos Eduardo Lamas Cardoso.

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