De pronto, la imagen de mi lápida me dice
que el tiempo, mis torpes decisiones apresura,
y su faz de piedra se torna indefectible, y más segura
para apoyar la sien, y decidir, y sepultar vertiginosas dudas.
Allí, donde otros creerán
llorar la muerte de mis vivencias truncas...
nace esta otra mujer, intrépida, indagante, aún más pura,
a que sabe que en su lápida nadie sabrá jamás plasmar
ni los temores, ni la angustia que la obligaron a elegir,
que la impulsaron a vivir
sus sueños y placeres con premura.
Allí, donde otros pondrán flores
premiando mis vivencias, con coronas,
nace esta otra mujer, la que no duda,
en abrazar cada segundo agradecida;
y sale del dolor y los fracasos aún más enaltecida...
De pronto... la imagen de mi lápida me grita,
como si ya estuviera allí, como si viera el mármol frío
y lo sintiera en las venas,
que mi andar es limitado, y el final,
irrenunciable y sorpresivo.
Y ver en ella, la efigie de mi nombre escrito
aunque de mí, nada explicite,
porque no habrá epitafio que contemple
mis triunfos, mis caídas y mis luchas,
lo que no me animé a hacer por cobardía o dejadez,
ni cuán valerosa o ardua fue
con mis días, cada cita.
Porque no es solamente, vivir así de prisa,
sino, que al abrir los ojos y verme
eternamente en la propia sepultura,
entender que sólo es sabio si viví
sin sentirme aletargada o vacía.
Intensamente, capaz y más despierta
cada segundo valioso de mi vida.
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