ADELA.
Hacia tanto frio, un frio que devoraba los huesos,
era una noche nostálgica y lluviosa,
y en el quicio de la puerta,
un hombre clamando cariño, y un trozo de pan.
Adela no se percató de ello,
pero presintió, la sombra de su madre,
aquella madre, que había muerto de tristeza y soledad,
cuando su amado, decidió abandonarlas.
Adela, había crecido solo al lado de su madre,
sin la protección y el amor de su padre,
eran tantos años, que su rostro,
había desaparecido de su mente.
Esa noche aquel hombre,
que parecía un vagabundo,
llamo a la puerta de la casa,
que alguna vez dejo, Adela lo hizo pasar.
Lo alimento y lo resguardo del temporal,
y en silencio escucho su historia,
aquel hombre, espero el reclamo de Adela,
rompió en llanto, fue entonces cuando ella lo abrazo.
Y sin actitud irascible,
le dijo: — hombre, siga su camino,
pues no lo conozco, solo sé que mi madre, murió de amor,
yo no he vivido en su pensamiento, y hoy usted no vive en mi alma,
que Dios lo bendiga y a mí, que me perdone.
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