Una rosa sobre su almohada
Qué amargo disfrute en mío, el caminar día a día por donde ella con su pasos callados lo hacía.
Y el escribirle poesías a su contagiosa sonrisa que tantas gracias me producía.
Quien va a creer que nervioso me la pasó viendo el oscurecido cielo contemplando aquella estrella lejana, que decía le pertenecía.
Como no recordarla si aún percibo en mi piel, el cosquilleo que me producían sus labios cuando me besaba despacio por el cuello y se me erizaba la piel.
Como hago para no cocinar lo que a ella le apetecía como el pan de jamón que era delicia para su boca.
Ahora entre los recuerdos que me traen las penumbras, sólo escucho mi mente llamarla pero no me atiende, cada noche corto una rosa del jardín la pongo sobre su entristecida almohada, mientras en soledad y con reproches hacia la vida, duermo.
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