“1913, presente evocación” es la conmemoración poética de dos acontecimientos culturales: el estreno en el teatro des Champs Leyeses de París, de la obra La consagración de la Primavera, de Strawinsky, el 29 de mayo de 1913, y la publicación del poema de Rabindranath Tagore: Gitanjali, ese mismo año en que recibió el premio Nobel: 1913. Sin duda, un año memorable.

1913, presente evocación

En mis manos la hoja del almanaque vacilaba: 29 mayo de 1913. Una tenue luz alegraba la tarde en la vegetación blanquecina de tiempo. Sonaba un cascabel de viento para aligerar más el ensueño del atardecer presuroso. Fragilidad de la arena sobre la cual algunos niños dejaban sus inquietudes, ardían los árboles en amago de desnudez.

Casi un invierno dentro de mi espíritu, este tiempo de melancólico otoño recrea ambientes y emociones de tránsito hacia la tristeza, asentado en el vigoroso plenario de las hojas danzantes. Pero el almanaque tenía una vida propia al señalar con airoso gesto un año perdido en el recuerdo: 1913. Podía aún escucharse en la calle distante de la reja del parque, el fragor de una multitud que no tenía tristeza sino fuerza; que no pensaba en la veleidad de una hora sino que la fortalecía de lucha. Y mientras tanto, yo permanecía con la fecha en mis manos, cavilando sobre el significado de aquel dato y despertando alguna reminiscencia en mi memoria.

¿Quién había dejado caer esa hoja amarilla como una hoja de otoño en aquel lugar y en aquel tiempo tan lejano de lo que indicaba? Miré cauteloso hacia la calle y noté que el bullicio de la gente que transitaba ensimismada desdecía de lo que rodeaba mi estancia vegetal. El atuendo que vestía no podía corresponder a ese año lejano. Todo el aire miraba hacia un poniente estacional y se aproximaba el invierno con sus pliegues de blanco. Entonces, ¿cómo entender que en un lugar tan concurrido y en mi realidad temporal, existiese un signo vital tan lejano?

Puse luego mi memoria a mover emociones dentro de los hechos de aquella distante fecha de 1913. Había en el aire el sonido plañidero de un fagot rumiando el cántico de una danza. Veía en el parque el rito gestual de los jóvenes que adoraban el tiempo mágico de una primavera pagana. Crecía el ritmo de la música mientras observaba que todo el ambiente se poblaba de ardor frenético. Como si el pausado caminar de los transeúntes en la calle hiciese de platea a un inmenso teatro donde se representaba la renovación de la vida y de la naturaleza toda. Desde allá afuera nadie notaba el crescendo que adquiría la vegetación. De un fondo otoñal que hacía mi entorno cuando tomé asiento, fue gradualmente convirtiéndose el cuadro desvaído de las hojas en una fulgurante primavera: bailaba la numerosa plenitud del parque. Evolucionaba el mundo desde un principio de caos y yo era testigo de aquel veloz paso hacia las cimas de pasión, terror, desazón que poseía a los danzantes seres que acompañaban mi desconcierto. La hoja del calendario me señalaba que era 1913; me decía que yo era protagonista de aquella desenfrenada escena de baile. Se sacrificaban las doncellas a la primavera y se despertaban en sacudidas todas las fibras del espíritu contemplativo del tiempo 1913. ¿Cómo no saber que yo era un personaje de ese tiempo, si en la hoja del calendario estaba grabado el sentido de mi propia historia?

Venía del caos conmovido de la tierra. Linfas vegetales corrían por las venas de las plantas y el pavoroso rugido de la tormenta anunciaba un retorno inevitable hacia la paz de los elementos. Yo también tenía la confluencia permanente de las locuras más contradictorias. Tenía el júbilo y el terror ante la naciente esperanza, y tenía un dato temporal en las manos: 1913. Era un símbolo que me colocaba el azar ante un escenario indiferente, cuando sin pensar en su importancia fue descubriéndose mi nacimiento y el anuncio de mi muerte, aturdido ante la violencia de la danza que hacían las doncellas a la primavera. El sacrificio vendría adornado de armonías; pero siempre el desenfreno del ritual conducía a la muerte que engendraría nueva vida.

En la búsqueda insaciable de una identidad, aprisionaba entre las manos la desvaída hoja del calendario, que señalaba la fecha inalterable: 29 mayo de 1913. Pero toda la fiesta que habían presenciado mis ojos me hablaba de primavera, del comienzo de una alegre estación donde todas las máscaras de la naturaleza se despojaban de intrascendencias para celebrar un nacimiento.
Era una consagración. Estaba, pues, seguro de que no podía haber coincidencia sino en cuanto a la precisión del año de esa consagración, de aquel nacimiento lejano de mi propia vida; y, sin embargo, todo era una figuración de mis ansias, o por lo menos trataba de entenderlo así. Recapitulé las escenas paganas que habían conmocionado el ambiente del parque: un anuncio quedo del fagot, la suma gradual de intensidades rítmicas y un sacrificio a la primera de las estaciones. Yo me colocaba en esa misma evolución para sumergirme en el torbellino de las pasiones que desde el inalcanzable año de 1913 habían dormitado por ratos, para luego estallar incontenibles en la presencia que hacía mi evocación en aquella tarde en el parque. La figura tenía nombre y había nacido en mí desde el año de 1913. Alentaba el camino que toma la naturaleza en el despliegue de sus fuerzas, se afianzaba segura en todas mis emociones y luego se tornaba obsesiva en formas.
Tomé entonces, del libro que me acompañaba, las palabras de Tagore:

"Fue tu voluntad hacerme infinito.
Este frágil vaso mío tú lo derramas una y otra vez,
y lo vuelves a llenar con nueva vida".

Se había celebrado la conjunción de las fuerzas más intensas de la naturaleza. El sacrificio de la doncella y el canto del poeta hicieron fluencias en mi propia vida. Había recibido el mensaje de la hoja del calendario y lo hacía mío. Fui caos de engendramiento como el comienzo del mundo, como el inicio de la estación primigenia. Todas las linfas de las plantas habían corrido por mis venas, y el terror de todos los seres ante el nacimiento de la vida se conjugaba en mi certidumbre. Luego volví a juntar en la imaginación la palabra del poeta:

"Tu dádiva infinita sólo puedo tomarla con estas pobres manos.
Y pasan los siglos y tú sigues derramando,
y siempre hay en ellas sitio para llenar".

Fue la consagración de una pasión. Había comenzado aquel lejano año la primavera de una felicidad. Ahora se aproximaba el invierno y la hoja del calendario evocaba un tiempo cumplido y esplendoroso: 29 de mayo de 1913. Y también una fecha con elementos estacionales definidos en mi estancia de otoño, de mi tiempo ya vencido, en este parque pleno del bullicio de niños, con un hálito de luz escurridiza y el frío que se colaba entre mis manos y dejaba huellas de violeta.

Me levanté conmovido, estrujé aún más la hoja amarillenta del calendario y recogí el libro que había llevado para leer. Al salir por la puerta principal del parque, noté que el movimiento de los transeúntes había disminuido. Y ya para dejar el lugar mágico de mis evocaciones, volví la cabeza. Allá, en el mismo sitio donde había presenciado la ceremonia de la consagración de la primavera, fulguraba cada vez más tenue la presencia de los extraños visitantes que habían sido compañeros y confidentes.

Guardé devotamente la hoja de calendario dentro del libro y regresé en busca de lo cotidiano.

***

ALEJO URDANETA

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Comentario

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PLUMA MARFIL
Comentario de donato perrone el junio 19, 2022 a las 1:54pm

Me agrado mucho leer tu ensayo, agradecido por compartirlo .. 


PLUMA ÁUREA
Comentario de Benjamín Adolfo Araujo Mondragón el junio 19, 2022 a las 9:40am

¡Precioso ensayo, Alejo!


PLUMA MARFIL
Comentario de Liliana MarIza Gonzalez el septiembre 16, 2020 a las 11:16pm

Un RELATO ATRAPANTE

Excelente

mary


PLUMA ÁUREA
Comentario de Benjamín Adolfo Araujo Mondragón el septiembre 13, 2020 a las 10:23am

¡Extraordinario relato, Alejo; digno de una antología universal!

Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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