HUMANISMO PERSONIFICADO
El personalismo ha sido el fundamento de la civilización occidental desde el Renacimiento, pero desde mucho antes el Cristianismo, concebido como conjunto de principios de civilización y no como filosofía o religión, fue el creador de efectos perdurables en todos los sectores de la vida. Quiero decir con esto que se trata de un complejo unitario de civilización y cultura, nacido de la doctrina recogida en los evangelios por los seguidores de Jesucristo, sin considerar los aspectos religiosos que luego surgieron de sus acciones y parábolas.
Es, pues, la persona humana, el individuo el que constituye el centro de interés de todos los sistemas sociales y políticos desde la instauración del Cristianismo, y que asume carácter determinante en el Renacimiento. Se plantea así la valoración de la persona, para que sea la conciencia individual la que dicte modos de conducta conciliables con principios de razón. Aunque el idealismo ya no tenga el mismo peso, permanece como verdad que mi conciencia es el centro de la realidad.
Conciencia significa que el concepto de universo nace de la percepción individual: El universo es mi universo, y a esa visión intransferible se vincula el correlato del yo: El mundo, pero no en su aparición física, mundanal, sino como mi visión inmediata en la realidad, porque si desaparezco yo, conmigo también desaparece mi mundo.
Seguirá para los demás, sin duda, pero el único mío es el que me ha rodeado y en el que he existido y al que he valorizado, y el sentido de valoración está en todo el ámbito humano. Cuando el valor se quiere apreciar como elemento intrínseco de los objetos (los corpóreos y los incorpóreos: Materia y Espíritu en el dualismo filosófico), aceptamos que el mundo está valorizado: “Si por mundo entendemos la ordenación unitaria de los objetos, tenemos dos mundos: el mundo del ser y el mundo del valer”, afirmó José Ortega y Gasset. La vida es coexistencia del yo y de los objetos, ocuparse del conjunto que componen la existencia: seres humanos, forzosamente juntos, y las cosas de las que nos servimos.
Si todo lo que está fuera de mí o más allá de mí, no se manifiesta ni tiene expresión sino en mi propia vida; es decir si todas las demás entidades del mundo: seres humanos y objetos mundanales, se dan únicamente en mi realidad radical, a esa mi vida corresponde el primado en el concepto del universo. De allí que la realización de los valores sólo tiene sentido para mí, que es vida individual.
El Cristianismo como fuente del concepto de la individualidad anotó los caracteres que distinguen al hombre que actúa dentro de la sociedad civilizada: 1.- Superioridad de la persona individual sobre el grupo; 2.- Igualdad fundamental de todos los hombres; y 3.- Fraternidad. Tales principios conducen a la secularización de la vida social, puesto que en la medida en que se realicen en un individuo aquellos valores, trascenderán al mundo colectivo. La persona es la finalidad del grupo, y éste un instrumento al servicio de los individuos, para que puedan cumplirse de ese modo los valores más altos en beneficio de la totalidad.
Erasmo de Rotterdam ha sido, quizás, el ejemplo del individualismo mejor realizado. El pensador holandés concedía a todas las ideas sus derechos, y no le espantaba la diversidad del mundo ni sus contradicciones. El espíritu humanista no valora las contradicciones como elementos hostiles, y busca una unidad superior. Erasmo sabía conciliar el Cristianismo y la Antigüedad, libertad de fe y teología escolástica, Renacimiento y Reforma. Y la vía del humanismo para lograr ese acuerdo fue para él la cultura, el cosmos vivo en la sociedad, porque se requiere de orden y armonía para que pueda hablarse de cosmos. Toda limitación de la libertad espiritual, de la libertad de opinión, la inquisición que ciega el pensamiento y la acción civilizada, son obra del fanatismo enemigo de la universalidad. Y para enfrentarlo el hombre actúa en defensa de lo individual, porque sólo así puede ejercerse la libertad.
Es claro que hay mucho de optimismo en estos planteamientos, porque el hombre es la unión de la virtud y de las pasiones irracionales, y nunca en la historia ha habido tregua en estas oposiciones. Si vemos la presencia continua de la guerra, llegamos a un callejón cerrado: habrá guerra mientras exista el hombre. Hasta los cristianos de doctrina la practicaron. “Se ha llegado a tal punto, que pasa por bestial, necio y anticristiano el que se abra la boca en contra de la guerra”, admitió Erasmo, para decir luego: “Todo derecho tiene dos aspectos, todas las cosas están teñidas y descompuestas por el partidismo”.
Las religiones pregonan la paz pero muchas veces la han olvidado. Un connotado médico psiquiatra venezolano atendió una pregunta que le hizo el periodista: ¿Por qué usted que tiene una formación tan sólida y cuenta con talento y valores humanos, por qué no ha intervenido en la política?
El médico sabio dio esta respuesta: “Aprendí de mis maestros religiosos que deben promoverse las procesiones, pero no concurrir a ellas…”
Dios es Unidad, Dios es Colectividad, pero en cada hombre Dios es el de cada uno. Lo ejemplarizó don Miguel de Unamuno en estas palabras de su ensayo: DEL SENTIMIENTO TRÁGICO DE LA VIDA:
“El Dios racional es la proyección al infinito de fuera del hombre por definición, es decir, del hombre abstracto, el hombre no hombre; y el otro Dios, el Dios sentimental o volitivo, es la proyección al infinito de dentro del hombre por vida, del hombre concreto, de carne y hueso” .
No podemos comprender el mundo y el acto de existir sino desde y para el individuo libre en el mundo; el hombre vive en libertad existencial, y ella consiste en que debe elegir sus propios actos y omisiones y es responsable del ejercicio de esa libertad ontológica. Que lo haga con sentido humanista en el concepto primigenio del Cristianismo, más allá de dogmas y prácticas eclesiásticas.
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MUY BUENO, ALEJO.
VILMA LILIA.
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