REPITIENDO A BABEL
Por Carlos Garrido Chalén
En “El Libro de los esplendores” o Zohar, el comentario místico del Pentateuco (Gènesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio), se cuenta que cuando los hombres se reunieron en la llanura de Sennaaar bajo el reinado de Nemrod, un arquitecto llamado Phaleg, hijo de Hebert, Patriarca de la Ley antigua, antepasado de Jacob, para defender a la humanidad de un nuevo diluvio, trazó el plano de una torre.
El primer piso debía ser circular y tendría doce puertas y sesenta y doce pilares. El segundo, cuadrado, con nueve pisos; el tercero, triangular, en espiral de cuarenta y dos vueltas; el cuarto asiento, cilíndrico, con setenta y dos pisos. Se debería subir por siete escaleras. Las puertas de cada piso se debían abrir y cerrar por mecanismos cuyo secreto sería guardado jerárquicamente. Todos los habitantes de la Torre , que se dio en llamarse de Babel, debían ser iguales en derechos civiles, y los de lo alto no podían vivir sin los auxilios de los de abajo, como éstos tampoco se podían defender contra las sorpresas sin la vigilancia de aquellos. Tal era el plan de Phalep. Pero dicen que los obreros fueron infieles al gran arquitecto. Los secretos de arriba fueron revelados a los que trabajaban abajo; no cerraron las puertas: unas las tapiaron y otras las forzaron para ocupar su sitio en los edificios superiores.
Después, todos quisieron trabajar a su guisa, sin cuidarse de los planos de Phaleg. La confusión entonces se enseñoreó de su lenguaje como de sus trabajos, y la torre se hundió en parte y parte quedó sin terminar, porque los obreros no quisieron ayudarse unos a otros en su trabajo. La confusión era su lenguaje, lo que se produjo porque no había unidad de pensamiento.
Fue cuando Phalep comprendió que había esperado demasiado de los hombres, al creer que se comprenderían. Después la Palabra nos contaría que precisamente por el caos y la confusión que desató la incomprensión y el desamor, Dios destruyó la Torre , que vanamente aspiraba llegar al cielo.
Esa es una historia que nos obliga a meditar en las grandes desgracias que puede producir la falta de unidad, el que cada cual intente un destino diferente ignorando a los demás, como se pelean ahora las Naciones, mientras ese Planeta hermoso y feliz que nos dio el Creador como un regalo, es envilecido por el odio fraticida, la contaminación material y moral y el desamor más estrepitoso.
Hagamos algo entonces. Juntémonos para crecer. ¿O es que queremos que se repita la historia trágica de Babel y nos mate la deshonra, la perdición, la mala noche?
Carlos Garrido Chalén
Presidente Ejecutivo Fundador de la Unión Hispanoamericana de Escritores